Wednesday, November 23, 2005

¡Qué noche la de aquel día!

El arranque es impetuoso: primero un rasgueo de guitarra que resuena uno o dos segundos, y luego un coro agradable: “It’s been a hard day’s night / and I’ve been working like a dog” (“Ha sido la noche de un día difícil / y he estado trabajando como perro”)... Corren hacia la cámara tres melenudos perseguidos por una turba de admiradores; se tropieza George Harrison y hace que caiga Ringo Starr, que viene atrás. Sin detenerse pero volviéndose a verlos, John Lennon se ríe de sus compañeros, que se incorporan y retoman el paso. Con estas acciones como fondo aparece entonces en la pantalla el crédito del grupo: “The Beatles”, y enseguida el título de la película: A Hard Day’s Night.
La canción acompaña las peripecias de este trío en su intento por llegar sanos y salvos al tren; mientras el otro escarabajo, Paul McCartney, lee con tranquilidad el periódico en una banca de la estación ferroviaria de Marleybone, con barba y bigote postizos, junto a su abuelo John McCartney (en realidad, el actor irlandés Wilfrid Brambell), y después caminan ambos hacia el andén para reunirse con los que escapan de los fanáticos. Antes de subir al vagón, Paul se despoja del disfraz. La melodía llega entonces a sus acordes finales: “But when I get home to you / I find the things that you do / will make me feel alright / you know I feel alright” (“Pero cuando regreso a casa a tu lado / veo que las cosas que me haces / me harán sentir bien, / tú sabes que me siento bien”). Y el tren avanza.
Si hoy todavía causa un leve escalofrío la recreación en mala prosa de la secuencia de créditos iniciales de la película de los Beatles, habría que ponerse en situación de quien cuarenta años atrás entró a una sala cinematográfica y vio la cinta por vez primera. Ya para entonces el nombre del grupo era conocido mundialmente (o como reza el lugar común, ya había rebasado las fronteras de su país, detonando esto sobre todo su visita a los Estados Unidos de Norteamérica en febrero de 1964), y tener esa experiencia de acercamiento casi directo con ellos y con su música debió haber sido impresionante.
Pero eran otros tiempos, y los estrenos no eran globales (el mismo día, a la misma hora) sino paulatinos: la premier real de La noche de un día difícil se llevó a cabo en Londres el 6 de julio de 1964; la premier “norteña”, en Liverpool, fue el 10, con un recibimiento en la ciudad de unas 200 mil personas. En Estados Unidos hubo un estreno simultáneo en 500 cines el 12 de agosto... A México la cinta llegaría hasta diciembre de 1965, al cine Internacional de la capital del país, más de un año más tarde aunque con portazo incluido (lo que da una idea de la avidez que había por verla). El 28 de agosto de ese año los Beatles pudieron haber tenido una actuación en vivo en México, pero las autoridades temieron a los sobresaltos que despertaban en los jóvenes, y éstos tuvieron que seguir el fenómeno a larga distancia, es decir vía long play.
Con Gustavo Díaz Ordaz en la presidencia y Ernesto P. Uruchurtu como “regente de hierro”, los días y los anocheceres en México eran también agitados.

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Parecería que todo había sido planeado para lanzar mundialmente a los Beatles, pero a principios de 1964 era difícil prever lo que ocurriría con el cuarteto durante ese año. Brian Epstein se esforzó para que tuvieran cierto éxito, pero no pensó que lo sería a tales niveles. Si el año anterior lo iniciaron haciendo giras provinciales en una fría furgoneta y lo terminaron en una gala real y como centro de un fenómeno inglés bautizado por la prensa como “beatlemanía”, el siguiente los enfrentaba a un reto que era como un salto al vacío, y en el que muchos músicos británicos fracasaron: conquistar al público “americano”.
Antes de ese primer viaje a los Estados Unidos de Norteamérica estuvieron en París, y dieron algunos conciertos sin causar gran euforia. Cuando llegaron al aeropuerto de Nueva York, el 7 de febrero, encontraron a una sorpresiva multitud que los aclamaba. Fue ese el día en que los estadounidenses despertaron de una pesadilla ocurrida pocos meses atrás, el 22 de noviembre del 63: el asesinato de su presidente John F. Kennedy, y es la fecha exacta en que la vida de estos muchachos tuvo un cambio diametral pues se convirtieron en astros internacionales.
Una de las incidencias de ese viaje la ocasionó el mal clima: por las fuertes nevadas tuvieron que hacer el viaje de Nueva York a Washington no en avión sino en tren, en convivencia con la gente de la prensa. Ese trayecto les sirvió como ensayo general de un filme que ya se estaba cocinando en cuanto a la preproducción, y que había sido (mal) negociado en octubre del 63 por Brian Epstein y gente de la United Artists: recibieron 25 mil dólares más un porcentaje bajo en las ganancias, cuando en la época Elvis Presley cobraba hasta medio millón por película y recibía el 20 por ciento extra, y no el 7 por ciento conseguido por el representante Beatle. Pero entonces ellos eran sólo cuatro muchachos de los que no se sabía hasta dónde podían llegar, y Epstein quedó satisfecho con el trato, que incluso los obligaba a hacer dos películas más.
Al observar las paralelas, en el último vagón de ese tren que marchaba hacia Washington, el 11 de febrero de 1964 Paul le comentó a un reportero que apenas regresaran a Inglaterra comenzarían a trabajar en su debut cinematográfico: y que la historia, precisamente, arrancaba de modo ferroviario. Tenían la ilusión de la pantalla grande, pues habían crecido con las películas de Elvis Presley y con un musical cómico que los entusiasmó en la adolescencia: The Girl Can’t Help It (1956), de Frank Tashlin y con la actriz Jayne Mansfield (sex symbol de los cincuenta), donde hacían apariciones melódicas Fats Domino, Gene Vincent and his Blue Caps y Little Richard.

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La noche de un día difícil (o Qué noche la de aquel día o Anochecer de un día agitado o ¡Yeah, yeah yeah, Paul, John, George y Ringo!, como se le ha conocido en Hispanoamérica) se filmó entre el 2 de marzo y el 24 de abril en un contexto arduo, pues para ese momento, luego de la conquista americana, cualquier aparición de los Beatles en la vía pública ocasionaba alborozo y alborotos. El blanco y negro de la película tiene como razón lo bajo del presupuesto asignado (sólo 300 mil dólares), pero contribuyó a crear esa atmósfera de documental o diario de una jornada en la vida de los cuatro músicos.
La dirección fue de Richard Lester, especialista en comedia; y el guión corrió a cargo de Alun Owen, autor teatral. Éste acompañó a los cuatro en alguna gira, los vio cómo se comportaban en privado y sobre todo escuchó cómo dialogaban entre ellos. Aunque en la cinta parezcan “naturales”, ello se debe a que hay atrás un guión y alguien que supo observarlos. A Owen le llamó la atención, por ejemplo, esa forma que tenían para describir a la gente: “Es muy limpio, ¿no es cierto?”, que en la cinta se le aplica en reiteradas ocasiones al abuelo ficticio de Paul.
Como era una época de descubrimientos, tenían tiempo y ganas para aprenderse el guión y la disciplina para cumplir las largas sesiones de rodaje. Sólo así pudieron quedar bien trazados sus temperamentos: el ingenio de John, el humor lacónico de Ringo o la inocencia ácida de George, y el donjuanismo simpático de Paul.
A Lennon le gusta mostrarse ireverente: en el tren, por ejemplo, toma una botella de Coca-cola y simula aspirar de ella como si fuera cocaína. Luego, en la bañera, revive entre burbujas una divertida batalla del ejército alemán y el ejército británico. Y ya en el teatro, convierte una cinta métrica que sostiene el sastre Dougie Millings en un listón que ha de cortar la reina, y dice con voz afeminada: “Declaro abierto este puente”.
En la reunión con la prensa le pregunta un reportero:
—¿Cómo encontraron Norteamérica?
Y John Lennon responde:
—Torciendo a la izquierda en Groenlandia.

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La crítica especializada quedó conforme con la cinta. Sorprendió que los Beatles no sólo fueran buenos músicos sino que además tuvieran facilidad histriónica. Los diálogos disparatados tenían el complemento de escenas en las que, al ritmo de la música, se entretenían divirtiéndose como niños, como en la secuencia de “Can’t buy me love”, cuando escapan del teatro y van a un campo empastado, dan saltitos, fingen pelear, todo seguido por unas cámaras en movimiento también constante. Hubo quien dijo que eran los nuevos hermanos Marx.
El que más llamó la atención, por extraño que parezca, fue Ringo: tiene ese momento en solitario en que sale a caminar por la ciudad, y por el que se le comparó con Charles Chaplin. El fondo es una versión instrumental de George Martin a “This boy”. Lo que hace Ringo, sin quererlo, es meterse en problemas. Como diría Alex Lora, nada le sale bien: si coloca la cámara en una piedra para tomarse una fotografía, la cámara va a dar al río; si entra a un bar, comete sin darse cuenta varios destrozos; si extiende su gabardina en el suelo para que una damita no ensucie sus zapatos en el lodo, ésta cae en un gran agujero...
George Harrison no actúa mal. Le dan esa escena en que se equivoca de oficina y entra en un despacho de gente interesada en lanzar productos para las nuevas generaciones. Como representante de los jóvenes, lo entrevistan sin saber quién es. Entre otras cosas, dice una palabra que acaso no circulaba en el idioma inglés, y que a partir de la cinta se volvió muy popular: “grotty”, por grotesco... que al parecer fue un hallazgo del guionista.
El más discreto es Paul, quien por sentir el compromiso de actuar bien dejó de hacerlo, aunque tiene ese apoyo constante del veterano actor irlandés Wilfrid Brambell, en el papel de su abuelo intrigoso, y de quienes aparecen como representante y asistente del grupo, Norman Rossington (“Norm”) y John Junkin (“Shake”).

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Una curiosidad mexicana es la entusiasta afición Beatle. No sólo hay dos horas diarias en la radio nacional, y otros programas en provincia dedicados a su música. Circulan varios grupos de tributo y se organizan a cada tanto festivales de fanáticos en los que se consiguen la más diversa memorabilia, además de grabaciones no oficiales (de las que hay por cientos). En el 2004, una cadena de supermercados le dedicó un mes a los Beatles, y se vendieron playeras, discos compactos, acetatos y DVD’s...
Un cuarteto que editó sus primeros álbumes más de cuatro décadas atrás, y que dejó de grabar hace tres, y con dos de sus integrantes ya fallecidos, mantiene en el mundo una vigencia inusitada.
Y todavía causa escalofrío el rasgueo de una guitarra que resuena por unos segundos, y ese coro agradable: “It’s been a hard day’s night / and I’ve been working like a dog”, escuchados por vez primera hace cuarenta años.

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