tag:blogger.com,1999:blog-176031742024-03-05T10:28:36.421-08:00Los Beatles y la contraculturaTextos de Alejandro Toledo sobre el Cuarteto de Liverpool: alextoledo@hotmail.comAlejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.comBlogger15125tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-67987593820636756362009-09-17T05:48:00.000-07:002009-09-17T05:52:02.077-07:00La Beatlemanía charraComo se si tratara de un grupo surgido en el barrio de Tepito o en alguna colonia populosa del norte de la ciudad Monterrey, tienen Los Beatles presencia diaria en el país y se les puede imaginar, sin necesidad de grandes elaboraciones mentales, en compañía de Chava Flores o Germán Valdés Tin Tán. Éste, por cierto, cantaba en los años sesenta “Ráscame aquí”, una versión paródica de “Quiero estrechar tu mano”, y cuya letra (actívese el riff de la memoria en do y re) decía (¡música maestro!) más o menos así: “Oh yea, dame tu mano, que tengo comezón, / oh yea, dame tu mano, quiero rascarme aquíiiiiiii”.<br />En los puestos de periódicos suele haber ediciones especiales de los cuatro fabulosos, unas mal hechas y otras también (con los datos revueltos y las fotos mal impresas), con excepción acaso de los números monográficos de La Mosca en la Pared, que eran en verdad para coleccionistas; en la fonda, mientras acomete uno la vitamina T, no es difícil encontrar (en paredes por las que circulan moscas, también, y cucarachas) carteles del Cuarteto de Liverpool o chicos que manchan de grasa o salsa sus playeras negras (compradas en el tianguis) con fotos de John, George, Paul y Ringo; y probablemente, mientras uno le pone la sal a la torta y el taco o la tostada, la música de fondo sea de los cuatro fabulosos, pues hasta el día de hoy la radio comercial mexicana dedica dos horas enteras, una a las ocho de la mañana y otra a la una de la tarde, al grupo. ¡Sí, señores, vino la raza y los convirtió en Bicles!<br />Esta persistencia ha provocado algunos ritos surrealistas, como las tardeadas beatlémanas en los teatros Tepeyac, El Ferrocarrilero y hasta el Metropolitan, para escuchar a grupos-tributo que llegan a ser sofisticadas copias charras de la banda inglesa: consiguen instrumentos de la misma marca y modelo, encarnan a cada uno de los músicos sea en la primera época, en la etapa sicodélica o en el crepúsculo de los sesenta (“ese es McCartney, claro, y ese otro, el de los lentecitos, es Lennon, y el chaparrín…”), tocan y cantan como ellos, y llegan a desarrollar en el escenario, con una precisión pasmosa (hasta con maestría, diríase), piezas que por su dificultad Los Beatles nunca se atrevieron a interpretar en vivo, como “Un día en la vida”, y habrá quienes se animen hasta con la “Revolución número 9”. Y sucede, sí, cuando uno está en el público, que llega a sentirse como si se presenciara una resurrección directa de aquellos que, alguna vez, pudieron haber tocado en México (en agosto de 1965), en un concierto cancelado por el Regente de Hierro, Ernesto Peralta Uruchurtu. El rito se convierte en un ajuste de cuentas, aunque sea ficticio, con el político: “¿No que no? Aquí están ellos, son nuestros”.<br />En varias ciudades de la República Mexicana hay tiendas de memorabilia Beatle, y en algunas hay festivales anuales de intercambio y venta de discos originales, copias piratas o recopilaciones alternativas de manufactura independiente (Pear o Walrus, por ejemplo), muñecos, gorras, corbatas, calcetines, chamarras, encendedores, ceniceros, loncheras y todo lo que pueda uno imaginar. Y hay familias enteras que sacan el gasto semanal gracias a la Beatlemanía, en la venta o hechura de objetos diversos.<br />Entre los personajes del país que convoca esta fiebre musical —además de los conductores del programa de radio, uno de ellos surgido del “Gran Premio de los 64 mil pesos”—, está Ricardo Calderón, coleccionista y copista de objetos relacionados con el cuarteto, del club Seguimos Juntos, que año con año organiza un viaje mágico y misterioso a Londres y Liverpool, y quien guía a los fanáticos a los sitios emblemáticos. Este 2009 consiguió que un grupo-tributo mexicano, Aleph, tocara en la mismísima Caverna liverpooliana. Y a su regreso Calderón se dedicará a organizar su Beatle Fest en las cercanías de La Villa, a desarrollarse a finales de noviembre o comienzos de diciembre. Otro personaje es José Estrella, que tiene su tiendita Beatle en la calle Vértiz, por el Parque de las Américas, en la colonia Narvarte, del defectuoso… aunque hay ya otra en Pilares (ventanera), entre Cuauhtémoc y División del Norte, que le hace competencia.<br />Los Beatles nunca tocaron en México (juntos, se entiende), pero están aquí, siguen aquí, de aquellos años maravillosos hasta ahora; y desde el ronco pecho de Tin Tán puede contemplarse su curiosa inmersión en la cultura autóctona: “Cuando me rascas siento que voy a morir, / dame tu mano quiero más, mucho más, mucho máaaaaaas”...<br /><br />Septiembre 2009Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-41247118119624716882008-03-15T09:21:00.001-07:002008-03-16T10:03:11.093-07:00<strong>El (des)orden aleatorio</strong><br /><br />Convivimos con ello, y por lo mismo no nos detenemos a pensar lo que significa que casi toda nuestra colección musical pueda estar ahora comprimida en una pequeña caja… que algún día cumplirá, por cierto, su vida útil, porque no es un almacén permanente o eterno. Supe de alguien que al darse cuenta que podía tener su discoteca completa en el bolsillo cargó en su reproductor todo lo que tenía y regaló sus discos físicos. ¿Qué hizo el día en que el milagroso artefacto comenzó a fallar?, ¿simplemente fue por otro a la tienda más cercana y volvió a empezar de cero?, ¿tenía un respaldo confiable?, ¿qué tanto perdió en el camino?<br />Lo mismo de quienes sustituyen sus libros por lectores computarizados puede decirse del experimento sónico: siempre será tranquilizador tener a la mano el álbum (o el tomo) original, por cualquier cosa que llegara a ocurrir. Los libros, por ejemplo, no se apagan de repente, no se descomponen así como así. Y puede uno leerlos sin que se les acabe la pila. Si el reproductor digital desaparece o es robado, estará por ahí el disquito para consolarse mientras se le guarda luto a la modernidad. Pero nada es nunca eterno, y nada nunca es para siempre. ¿Nos sobrevivirá el reproductor o le sobreviviremos nosotros? Que alguno de los dos descanse en paz.<br />El estado actual de mi cajita musical es la siguiente: tiene 18.83 gigabytes de música, suficiente para 14.3 días de sonido continuo. En otras palabras, metí en ella 5 mil 687 canciones que vienen de 363 álbumes de 639 artistas en 14 géneros (blues, clásico, rap, rock, pop, disco…) Hay mucho y de todo, pero algunos personajes están en el cuadro de honor: de Björk, por ejemplo, tengo 21 álbumes, de los que resultan 210 canciones o 14 horas de música continua; de Pink Floyd hay 31 álbumes y 334 canciones, para pasar un día completo con los fluidos rosados… Los Beatles son otra cosa: 74 álbumes, mil 348 canciones, 2.5 días de disfrute del cuarteto de Liverpool, pues se incluye lo oficial y mucho de lo que hay de grabaciones alternas.<br />El coctel aleatorio está a la mano, y si se le activa puede uno sorprenderse: es como si uno hubiera introducido sus discos en una licuadora, y resultara cada vez una mezcla diferente. Podría pensarse que es una nueva forma de escuchar, porque el universo del gusto personal se agrupa en un espacio pequeño y crea extraños vaivenes.<br />Veamos, mientras se escriben estas líneas, qué jornada propone el reproductor. Es sus marcas, listos… La primera pieza es “Come together”, versión en vivo de John Lennon que viene en recopilatorio <em>Working Class Hero</em>. Del beatle en su etapa solitaria están todos sus álbumes; no podría decir lo mismo de Paul McCartney, porque en algún momento me di cuenta de que su orbe es tan amplio como irregular, y no vale la pena ser exhaustivo con él. Quizá sí con George Harrison, que no tiene demasiado. Y en cuanto a Ringo, mejor irse por los grandes éxitos, el Photograph.<br />Acaba “Come together” y sigue “No no no” con Yeah Yeah Yeahs (de <em>Fever to Tell</em>), aportación de mis hijas mayores… pues la cajita se ha alimentado con algunas cosas suyas, pese a los reclamos de una de ellas, Jimena, de que me apropie de lo que les gusta. La bebita, Ana Luisa, también contribuyó: escucha con emoción a Mozart, Cri-Crí y últimamente a Bing Crosby con Louis Armstrong. A los cinco meses de vida le dio por el jazz.<br />Se diluye el “No no no” entre raros sonidos y aparece U2, con “Mystirious ways” (de <em>The Best of 1990-2000</em>), y son, pues misteriosos los caminos del señor de la manzana, tercero en la lista de millonarios mundiales, leí en algún lado. Un grupo, éste de U2, con el que simpaticé un tiempo pero al que (para ser sinceros) me cansa escucharlo. Me agradaron por ser irlandeses. Puedo al día con una o dos canciones suyas, casi nunca un álbum completo.<br />A veces se atan las canciones: los tambores finales de “Mystirious ways” podrían haberse unido a los de “Sympathy fot the devil”, de Rolling Stones… pero no pasó. Enseguida, Simon & Garfunkel cantaron “He was my brother”. Después, Madonna y “Justify my love”; y Rolling Stones, sí, con “You don’t have to mean it” en vivo. Luego, una serenata de Mozart; y algo disco: Baccara y “Yes sir, I can boogie”; Elvis Presley y “Surrender”... Y así sucesiva y aleatoriamente, ¿por los siglos de los siglos?<br /><br />Marzo 2008Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-46468144478922832072008-01-20T06:38:00.000-08:002017-04-21T08:54:08.342-07:00<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-PK_k6rOhU557eeXa2X9vo7wf2g82HWSjHs_9fGZtQPYUEjge96kMaX28FJf8_Vy7TTKDRCnIUfmT_O-ASlSiUUgteoaS_U9tSwnl7CbPS5Jc6W5vlwC5yWNDZDx4tKb5vzAU/s1600/sgt-peppers_portada1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="309" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-PK_k6rOhU557eeXa2X9vo7wf2g82HWSjHs_9fGZtQPYUEjge96kMaX28FJf8_Vy7TTKDRCnIUfmT_O-ASlSiUUgteoaS_U9tSwnl7CbPS5Jc6W5vlwC5yWNDZDx4tKb5vzAU/s320/sgt-peppers_portada1.jpg" width="320" /></a></div>
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<strong>Es maravilloso estar aquí</strong><br />
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En otro espacio (físico y temporal), atreví la siguiente propuesta: en un terreno heterodoxo, es posible comparar vida y obra del escritor irlandés James Joyce con la historia y las grabaciones de los Beatles. Uno y los otros vienen de una ciudad periférica de Londres (Dublín y Liverpool) atravesada por un río (el Liffey o el Mersey). Tanto Joyce como John Lennon y Paul McCartney sufrieron la pérdida temprana de la madre, que en el caso del narrador se vuelve ese grito angustioso del personaje Stephen Dedalus (alter ego de Joyce): “Madre, déjame ser, déjame vivir”; y en Lennon suena de esta manera: “Madre, tú me tuviste pero yo nunca te tuve”. Las primeras creaciones de uno y los otros son sencillas y melodiosas (como los cuentos de <em>Dublineses</em> o incluso el <em>Retrato del artista adolescente</em>), y emprenden luego un camino experimental: el <em>Sargento Pimienta</em> es el <em>Ulises</em> de los Beatles; y el álbum blanco es su <em>Finnegans Wake</em>.<br />
A cuarenta años de su lanzamiento (apareció oficialmente el 1 de junio de 1967), el <em>Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band</em> es una de esas piezas culturales que siempre está ahí. Por lo mismo, resulta difícil ponerse en situación de escucha inocente, e ir al álbum o disco de larga duración (como se decía en la era anterior al CD) y oírlo como si fuera la primera vez. Habría que retroceder de forma imaginaria esas cuatro décadas y pensar el universo como entonces se concebía; y recoger algunas de las piezas que parecieron configurar esos locos años sesenta.<br />
Cada país tuvo sus razones para enloquecer, pero en Inglaterra la debacle del partido político conservador (al descubrirse en sus filas un escándalo sexual con ecos internacionales) fue inversamente proporcional al surgimiento de la Beatlemanía. La inesperada permisividad conservadora, oculta hasta el año 63 y puesta en evidencia por el “caso Profumo”, pareció la señal de arranque de un tiempo en que todo, o casi todo, fue experimentado. El ocaso de los políticos al viejo estilo provocó que se buscaran nuevos asideros, y los Beatles fueron uno de los focos de esa revolución de las costumbres que designó a Wonder-London como capital espiritual… aunque de ella hayan sido, de algún modo, expulsados, por el tráfago de las giras musicales internacionales en que estuvieron metidos de comienzos de 1964 al 29 de agosto 1966, fecha de su concierto en el Candlestick Park de San Francisco, el último del cuarteto.<br />
Liverpool ya no era el puerto de arribo de esos muchachos norteños, sino Londres. Y a su regreso la ciudad había cambiado. En el UFO se presentaba, en noches memorables, Pink Floyd, con su combinación de juego de luces, proyecciones de filmes vanguardistas y eternas improvisaciones musicales. Syd Barrett & Friends, entre otros celebrantes del underground, proporcionaban la base sonora para los prolongados vuelos interestelares de marihuana y ácido lisérgico de sus seguidores. La psicodelia estaba ahí. <br />
Entre gira y gira, los Beatles habían intentando avanzar. De su arranque tumultuoso con canciones sencillas y pegajosas, llegaron un punto en el que tuvieron que pedir ayuda (<em>Help!</em>, 1965) por sentir que ahí, solos en los estadios (“un andar solitario entre la gente”, diría el poeta), se convertían en loros absurdos, para entregarse luego (en sus pocos ratos libres en el avión, en el cuarto de hotel) a dos creaciones que señalaban nuevos rumbos para su música. Una cosa por la otra: la popularidad inesperada y mundial les creó cárceles personales pero también grandes espacios de libertad, en donde no era la disquera la que mandaba sino ellos, los músicos. Y su madurez se manifiesta tanto en <em>Rubber Soul</em> (1965) como en <em>Revolver</em> (1966), en piezas como “Nowhere Man”, con una letra compleja, abstracta, que sigue pareciendo rara y hermosa hoy en día; o “Norwegian Wood”, en la que George Harrison introduce la sitar, por mencionar sólo un par de casos.<br />
Para el crítico musical argentino Diego Fischerman, los Beatles fueron un fenómeno anfibio. Explica que esto se debió en gran parte al “espíritu de época imperante” —-un espíritu de época en buena medida modelado por ellos-- y, en parte, también, “por la tensión con sus propios orígenes culturales y sus limitaciones técnicas”. Sigue: “Al mismo tiempo que conquistaban una popularidad y un nivel de influencia en la vida social gigantescos, experimentaban musicalmente. Mientras sus canciones seguían bailándose, pasándose por la radio y vendiendo millones de unidades, desarrollaban un nivel de sutileza y detallismo en la composición totalmente inéditos en la música pop”. <br />
Y el Sargento Pimienta venia en camino. Un aviso de la frecuencia en que andaban apareció el 13 de febrero de 1967 con un sencillo que no tenía nada de sencillo, porque de un lado traía “Strawberry Fields Forever” y del otro “Penny Lane”, como asomos contrapuestos a la infancia por parte de John Lennon y Paul McCartney. Ahí se podía ver quiénes eran entonces los cambiantes Beatles, siempre un paso delante de los otros grupos, aunque esas canciones no aparecerían finalmente en el acetato en el que empezaban a trabajar, y que les llevó cuatro meses y costó en la hechura casi 50 mil libras, contra las 13 horas continuas de grabación y un costo de apenas 400 libras de <em>Please Please Me</em> (1963), su primer elepé. <br />
Uno de los pocos que extrañaba las giras y los conciertos masivos era Paul McCartney, encantado siempre de figurar. Se le ocurrió, entonces, que si no iban a hacer presentaciones públicas habría modo de realizarlas imaginariamente; y pensó en un grupo, la Banda del Club de los Corazones Solitarios del Sargento Pimienta, y en un una rúbrica a propósito que funcionara como hilo conductor (o leitmotiv) del disco. El concierto, diríamos ahora, sería virtual. Por ahí también surgió su idea de un viaje “mágico y misterioso”, que sería el proyecto siguiente.<br />
La costumbre era que los discos fueran meras colecciones de canciones. Por los Beatles, el álbum empezó a desplazar a los sencillos (con dos tracks) o extendidos (o EP’s, de cuatro canciones), más baratos y más populares. Con el Sargento Pimienta, el valor estimativo del long play crecerá, porque no era ya sólo una acumulación de piezas sino que había un concepto, éste de la gira imaginaria, que todo lo ataba.<br />
Variaron también su forma de grabar. En los descansos de los viajes habían ido adentrándose poco a poco en los procesos del estudio, y ya para 1967 tenían dominadas las consolas, e incluso no era necesario que todos tuvieran que estar al mismo tiempo en la cabina: se trabajaba la pista de un instrumento, se montaba la otra, cada cual desarrollaba una idea y luego pedía apoyo de los otros, “siempre ansiosos por atravesar fronteras, por averiguar qué sucedía si tocaban ese instrumento en aquel cuarto con la cinta al revés y sin hacer caso de todas las ideas preconcebidas” (John Robertson) … Eran cuatro individualidades en un ejercicio común, aunque el que menos disfrutó el laboratorio fue Ringo Starr, por lo regular poco creativo en solitario (mas uno de los mejores bateristas del rock); y el que concentraba e interpretaba técnicamente las ideas era el productor, George Martin.<br />
Con intensas jornadas en el estudio y largas noches de juerga en el alocado Londres, así se fue cocinando el <em>Sargento Pimienta</em>. En paralelo, con similares rutinas pero en el estudio de grabación contiguo, preparaba Pink Floyd su disco debut en tono naturalmente psicodélico, <em>The Piper at the Gates of Dawn</em>, que incluso comparte con el Sargento Pimienta algunos ruidos incidentales, proporcionados por el ingeniero de sonido Norman Smith, que venía de trabajar con los Beatles y fungió como productor de Pink Floyd. Considérense ambas grabaciones, en tal caso, dos joyas del año 67, y cuyos complementos naturales (también cuarentones y poderosos, con su dosis de viagra que son la remasterización, la digitalización y lo que venga) serían acaso <em>Their Satanic Majesties Request</em>, de los Rolling Stones (pero no es su mejor disco) y <em>Are you Experienced?</em>, de The Jimi Hendrix Experience… Este último guitarrista, por cierto, interpretó la rúbrica del Sargento en vivo días después del lanzamiento del álbum, como primer tributo al octavo elepé del cuarteto de Liverpool.<br />
La excepcionalidad de esos otros títulos no resta nada al <em>Sargento Pimienta</em>, que se ubica precisamente en el centro de ese laberinto. Impactaba el disco desde que lo tenía el comprador entre las manos, por la cubierta diseñada por el artista pop Peter Blake en la que se veían sesenta y dos rostros (según cuentas de Peter Brown y Steven Gaines), fruto de una sesión fotográfica que se llevó a cabo el 30 de marzo de 1967… aunque no fue, esa jornada, como la que aparece en el video del sencillo “Free as a Bird” (con las celebridades yendo de aquí para allá), pues las únicas figuras vivientes eran John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr, y las personalidades (Mae West, Lenny Bruce, Edgar Allan Poe, Bob Dylan, Oscar Wilde o Gandhi, entre muchos otros), estaban ahí en inmutables ampliaciones fotográficas; había también representaciones en cera de los primeros Beatles.<br />
Una novedad fue la inclusión de las letras en la contratapa; otra es que pese a no ser álbum doble se abría como cuaderno. En la funda, se encontraba un cartón ilustrado recortable con un retrato del mismísimo Sargento Pimienta, los cuatro miembros de su banda perfectamente uniformados, un par de insignias, un bigote y dos estampas circulares más.<br />
Es decir, podía uno entretenerse un rato antes de colocar el acetato en la tornamesa, que era el momento en que los sentidos comenzaban a ampliarse. Ese instante de la primera lectura de obras definitivas, el primer vistazo a una cinta clásica o la vez primera que se escucha un gran disco, es inigualable. Lo que sigue, entonces, es ir conociendo esa creación, habitar temporadas en ella y familiarizarse con el entorno para comprobar su resistencia, percepciones que acaso se sostienen por el asombro inicial, que se aleja. Aunque para Gustave Flaubert el buen lector es un re-lector; y el <em>Sargento Pimienta</em> es uno de esos discos que cada vez que se escuchan parece como si se tratara del primer encuentro, sí, pero con algo ya conocido y disfrutado.<br />
La aguja está en el surco. ¿Qué se escucha? Murmullos en la sala de conciertos, los músicos afinan… y arranca la rúbrica: “It was twenty years ago today/ Sgt. Pepper taught the band to play…” Veinte años atrás, sí, cuando el fin de la Segunda Guerra Mundial, que fue el escenario bélico en que se desarrolló la infancia de todos ellos. Sigue “With a Little Help from my Friends”, canción de Lennon & McCartney compuesta para que fuera cantada por Ringo (en su papel de Billy Shears), y que es un comienzo amable que antecede a la discutida y celebrada “Lucy in the Sky with Diamonds”, de Lennon, deslumbrante viaje lisérgico en árboles de mandarina y cielos de mermelada… aunque Lennon asegurara que las iniciales del LSD no fueron puestas a propósito, y que la canción nació de un dibujo de Julian, su hijo, en el que aparecía Lucy en un cielo de diamantes, y no de una intoxicación alucinatoria, por cierto usuales en aquel año… como la que tuvo en plenas grabaciones, cuando fue llevado por George Martin a la azotea para que se refrescara, sin saber que en esas condiciones era riesgoso exponer al Beatle a las alturas, pues era capaz de hacer cualquier tontería.<br />
Viene luego un suave combo macartniano con “Getting Better”, “Fixing a Hole” y “She’s Leaving Home”; y, para cerrar el lado A, “Being for the Benefit of Mr. Kite”, definitivamente con la firma de Lennon, y que es la lectura en verso del cartel de un circo.<br />
Los equilibrios, así, se marcan por los riesgos que corre John Lennon (al que le gustaban los disparates literarios ingeniosos al estilo Lewis Carroll y la locura musical) y los suaves apoyos melódicos de Paul McCartney… Al cambiar de lado, se muestran la sitar y el hinduismo militante de George Harrison con “Within You Without You”, la única pieza de su autoría que logró colar al Sargento Pimienta… que se atempera con otro adorable par de McCartney integrado por “When I´m Sixty-Four” y “Lovely Rita”, y el freno intempestivo de Lennon con “Good morning, good morning”, a partir ya no de un cartel de circo sino de un comercial de cereales y en donde se escucha un coro zoológico (acaso debido al <em>Pet Sounds</em> de The Beach Boys, editado en 1966) que parece anticipar al <em>Animals</em> (1977) de Pink Floyd.<br />
La rúbrica de la Banda del Club de los Corazones Solitarios cierra aparentemente el álbum, para dar la impresión de circularidad; cierra lo anterior y abre el camino, con acordes de guitarra in crescendo, para “A Day in the Life”, octava maravilla, “el mejor esfuerzo de colaboración entre Lennon y McCartney” (John Robertson dixit), uno de esos momentos en que se comprende por qué José Agustín insiste en considerar al rock como la nueva música clásica. De dos canciones incompletas nace esta pieza maestra, con la dupla de compositores llevando, cada cual en su parte, la voz cantante. Los equilibrios, de nuevo, se cumplen con dos actitudes quizá opuestas pero a la vez complementarias; están fundidos ahí por un lado el vanguardismo de McCartney más cercano al de Stockhausen; y por otro el de Lennon, al de John Cage, como apunta Diego Fischerman… lectura ésta de vanguardia que se comprueba al escuchar el extra que viene después de “A Day in The Life”: un parloteo inentendible que se corta (o cortaba) con el brusco elevarse de la palanca en la tornamesa, y que provoca (o provocaba) un álgido desconcierto.<br />
Antes de esto, la frase final de “A Day in The Life” causó entonces inquietudes múltiples, al grado de que la canción fue prohibida en la radio: “I’d love to turn you on”, es decir: “Me encantaría excitarte”.<br />
Así, con esa expresión clara del deseo, la banda se despide.<br />
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Noviembre 2007Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-3765036781369984132008-01-06T21:11:00.000-08:002008-01-06T21:13:55.073-08:00<strong>Con una pequeña ayuda de sus amigos</strong><br /><br />Pese a que se le considera una figura menor, ha sobrevivido a varias guerras musicales y sigue ahí.<br />En el 2007 editó <em>Photograph: The Very Best of Ringo</em>, y este año lanzará un nuevo álbum: <em>Liverpool 8</em>, que aparecerá además de la forma ahora tradicional (CD) como pulsera de memoria USB, y será presentado el 12 de enero en un concierto en la ciudad de los Beatles, en la apertura el puerto inglés como capital cultural europea del 2008.<br />Es Richard Starkey un hombre con suerte. La tuvo al ser llamado a integrarse a los Beatles cuando éstos se preparaban para grabar su primer elepé, dado que el productor de EMI, George Martin, les aconsejó que se deshicieran de Pete Best, el baterista, que no estaba a la altura de ellos, o que lo conservaran sólo para las actuaciones en vivo. Para agosto de 1962 Best ya era parte del pasado. Cuentan Peter Brown y Steven Gaines, en su biografía del cuarteto, que Brian Epstein intentó consolar diplomáticamente a Best ofreciéndole construir otro grupo en torno suyo, pero fue inútil. “Pete estaba hastiado de ellos. Ya tenía reservado su sitio en la historia como el más infortunado de todos los que habrían podido ser algo. En los veinticuatro meses subsiguientes, los Beatles totalizarían cuarenta millones de dólares. Pete Best se hizo panadero, ganando ocho libras semanales, y se casó con una joven llamada Kathy, que trabajaba en un mostrador de Woolworth vendiendo bizcochos.”<br />Si se usara la misma fórmula cruel que los autores aplican a Best, pero a la inversa, se diría que Ringo Starr tuvo reservado un lugar en la historia como el más afortunado de todos los que habrían podido no ser nada.<br />Apuntan incluso los mismos Brown y Gaines que a los veintidós años, cuando se le invitó a sumarse a los Beatles, “Ringo Starr era inverosímil como candidato a participar como personaje en el pequeño papel más importante que se hubiera escrito jamás”.<br />Mas a comienzos de los años sesenta era el mejor baterista de Liverpool, y estaba en la mejor agrupación de finales de los cincuenta y principios de los sesenta: Rory Storm & The Hurricans. De viaje con ellos en Hamburgo se había encontrado con los Beatles, y su modo simple de ser agradó a John Lennon, Paul McCartney y George Harrison. Fue éste quien lo buscó para invitarlo a integrarse a los Beatles. “Al principio estaría a sueldo, veinticinco libras semanales, durante un periodo de prueba”, cuentan Brown y Gaines. “Después, si todo andaba bien, se le haría miembro del grupo con todas las de la ley. De inmediato se cortó el cabello igual que ellos.”<br />Y la suerte siguió estando con él. En los filmes de los Beatles, por ejemplo, suele llevar el papel central que no tiene en los álbumes. Destaca su paseo por el río en <em>La noche de un día difícil</em> (1964); la trama de <em>Help!</em> (1965) gira en torno a su costumbre de usar anillos (por lo que adoptó el apodo de Ringo); y abre otro paseo suyo, éste por Liverpool, las aventuras de la cinta animada <em>Submarino amarillo</em> (1968).<br />Ante la feroz dupla creativa de Lennon y McCartney, y el misticismo ecléctico de Harrison, la personalidad de Ringo parece deslucir, y hay quien ríe cuando se le califica como figura fundamental del grupo. Acaso era un catalizador, y el buen humor de los discos de los Beatles podría tener una de sus fuentes principales en este tipo “bajo, flaco y modesto, con semblante rústico y tristes ojos azules”, como lo describen Brown y Gaines, por el que en los tempranos años sesenta pocos apostaban.<br />Tuvo suerte. La sigue teniendo. Quizá porque encarna algo que en esa década fue también central, y que ahora mucho se necesita: la buena onda.<br />Ringo es eso: un tipo buena onda, un hombre con estrella.<br /><br />Enero 2008Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-1165725147112477112006-12-09T20:30:00.000-08:002006-12-10T06:24:25.906-08:00La misa LennonPoco le falta Manuel Guerrero, el más frecuente orador en los conciertos de tributo a los Beatles (y una de las voces del programa radiofónico diario), cerrar sus intervenciones, que son puentes entre canción y canción, con un “amén” religioso, cuando fija él las fechas de conmemoración (que siempre hay, pues todo es cronologías) o cita una célebre frase de alguno de los miembros del Cuarteto de Liverpool. Los espacios comunes de gusto e interés por una música y una época, zona de aprecio y reflexión, se pierden en las solemnidades y los corsets casi municipales que impone este gurú surgido no de la clase obrera sino del “premio de los 64 mil pesos”, repetidor de datos y anécdotas con los que por desgracia no puede armar, con las armas de la razón, un discurso lógico-expositivo, pero que certifica semana a semana, cual empleado de Apple, a quienes interpretan en México la música de los escarabajos, con piezas líricas que intentan afianzar su templo Beatle.<br />En ese carril de muy baja velocidad arrancó la ceremonia conmemorativa por los 26 años de la desaparición física (asesinato vil) de John Lennon en el Metropólitan, con una novedad en el programa: la primera visita a México de Tony Sheridan, con quien los Bealtes trabajaron como grupo de acompañamiento (como The Beat Brothers) grabando para un sencillo “My Bonnie” y “The Saints” con Polydor Records en Hamburgo, esto en abril de 1961, hace más de cuatro décadas.<br />—Miren, muchachos —instruía una madre de temperamento joven a sus hijos en un vagón del metro a la medianoche, a la salida del concierto—, les voy a explicar por qué es importante Tony Sheridan: de no haber sido por él los Beatles no hubieran surgido, porque unas chicas quinceañeras, como tú —señaló a la hija—, fueron en Liverpool a la tienda de muebles y discos de Brian Epstein, que era como un Mixup pero de la época, y le pidieron “My Bonnie” y le hablaron de los Beatles, que tocaban en la Caverna, y él consiguió los discos alemanes que se vendieron muy bien y los fue a ver a ese club de la Caverna y ahí comenzó todo porque les propuso representarlos. Por eso, muchachos, es importante Tony Sheridan.<br />Mejor explicación, imposible, como diría Jack Nicholson.<br />Antes de este cerrojo maternal, hacia las 20 horas, los alrededores del teatro lucían su perfil previo a un espectáculo, con filas no muy largas y vendedores de recuerdos tan piratas como los que se vendieron adentro, porque en este caso todo es de manufactura mexicana y sin los permisos correspondientes: hay una gran fábrica de productos de los Cuatro Fabulosos que debe ser rentable, e incluye playeras, chamarras, sudaderas, bufandas, encendedores, baberitos para bebé, ceniceros, tazas…<br />El lugar no se colmó, porque se cobró a precio de artistas originales, aunque iniciaran Morsa y la orquesta Liverpool Ensamble y a Tony Sheridan, que fuera de su coincidencia Beatle no logró hacer nada más, se le dejara como plato fuerte. Tampoco habría podido repetir Manuel Guerrero aquello que dijo Lennon en la Gala Real, de que los de los asientos altos aplaudieran y los de los asientos bajos sacudieran sus joyas porque Fox dejó a unos y otros en la misma crisis, pero siempre arriba hay mayores entusiasmos.<br />Agradézcase la puntualidad inglesa y rechácesense los ajustes sonoros: o faltó ingeniero de sonido o el que ejercía como tal era sordo de los dos oídos. Con estruendo, Morsa y el Liverpool Ensamble hicieron un recorrido por el repertorio Lennon, desde “Please Please Me” hasta “(Just Like) Starting Over” que pudo haber estado mejor si se hubieran atendido los decibeles, porque los intérpretes actuaron con decoro y se arriesgaron, incluso, con canciones como “A Day in the Life” que los Bealtes sólo tocaron en el estudio. El objetivo de esos grupos, ya se sabe, es hacer que las canciones originales suenen de modo similar al del disco. No más. Y estos fueron muy cumplidores.<br />Entre una cosa y la otra, un camarógrafo andaba rondando por las butacas y cada que veía a alguien entusiasmado, se acercaba a él y le encendía tremendo lamparazo, golpe seco del que pocos salieron bien librados.<br />Al tributo ritual, que se cumple en México semana a semana, siguió Tony Sheridan, que andaba en su orbe post-sesentero, con Beatles o sin ellos, de buen humor, y que recorrió de una manera desenfadada, sin misal ni rosario, algunas piezas emblemáticas de los años sesenta de Johnny Cash, Jerry Lee Lewis o Carole King, incluidas “Yesterday”, sin ortodoxias, “My Bonnie” y “Ya ya”.<br />Estuvo Tony Sheridan en el escenario (con jeans, playera blanca y chaleco negro) más de una hora y media, se divirtió con sus variaciones a temas clásicos, y cerró con “La bamba”, porque le pareció una manera de terminar muy mexicana. Los del Manhattan Show que lo acompañaron (pues él viajó sólo, y cobró algo así como 80 mil pesos por su actuación), dieron la sorpresa como excelentes ejecutantes.<br />La misa Lennon se desmelenó, pues, con los fluidos musicales de Tony Sheridan. Amén.Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-1164329746596693982006-11-23T16:53:00.000-08:002006-11-24T20:52:33.136-08:00No ocho días a la semana...No ocho días a la semana sino tres al año, en la agreste zona norte de la Ciudad de México, a dos cuadras de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, se instala entre noviembre y diciembre un curioso festival que tiene muy poco que ver con los afanes religiosos aunque remite a un tipo especial de creencia: la de los adoradores de John, George, Paul y Ringo, el cuarteto de Liverpool, sean Beatles (allá) o Bicles (acá), y reencarnen, según los carteles, en los Simpson o Mafalda y amigos.<br />De viernes a domingo, la tribu de los escarabajos se concentra entre los esqueletos de un Macrovideocentro arcaico, el estacionamiento de un banco antes muy vital y un Castillo Mágico que es iglesia para los adoradores de las “maquinitas” o videojuegos.<br />Llegan ahí, no ocho días a la semana sino tres al año, los vendedores de memorabilia (playeras, juguetes, postales, playeras, chamarras, tazas, ceniceros...), cd’s, vcd’s, dvd’s clonados y originales, vhs, todavía, y todo aquello que uno podría imaginar relacionado con unos músicos surgidos de la clase obrera de una ciudad del norte de Inglaterra, y que vivieron su época de oro de 1963 a 1970 con una fiebre peculiar llamada “beatlemanía”... fiebre que se pensaba temporal y se ha prolongado, de manera inverosímil, hasta el final de un siglo y el arranque del otro y, como la pila, sigue y sigue.<br />Basta asomarse a la carpa del fondo, en el Beatles Fest guadalupano, para presenciar algo que parece remedo de lo que ocurría en la Caverna: el grupo en el escenario con sus <em>love me do’s</em> y <em>please please me’s</em>, en disfraces de los primeros Beatles, y las chicas gritando y jalándose los cabellos, una histeria que era historia pero que se actualiza cada vez que una de estas formaciones de tributo rasguea guitarras y ejerce el canto, con un Ringo rechoncho o calvo dándole a la batería.<br />Al que llegue de lejos, y descrea de esa religión de escarabajos no kafkianos, le parecerá acaso grotesca la escena, pero el que está ahí, y es fiel fanático de los Fabulosos, se sentirá acompañado en un delirio y tendrá sus cinco o seis o siete sentidos metidos en el tarareo compartido, con unos que no se saben la letra y la convierten en código morse u otros que pronuncian raro porque no saben inglés pero si saben que aman esas melodías, que son parte de un pasado.<br />El amor beatle no transita, y sí, por el intelecto. Se les quiere, sobre todo, porque hay algo ahí que rechaza explicaciones lógicas, un espíritu, que no es sólo la psicodelia ni la contracultura, aunque lo incluye, sino un espacio sentimental a la vez definible e indefinible, sujeto a razonamientos pero también irracional.<br />¿Cómo entender, si no, a esa pareja que en un frío salón, en lo que fuera acaso cafetería, narra con emoción su acceso al paraíso, la vez que Paul McCartney, en uno de sus conciertos del Palacio de los Deportes, la llamó a ella para que subiera al escenario y la dama, solidaria con el marido, le cedió su lugar pero al fin ambos fueron llevados junto al Beatle y le dio ella un beso en la mejilla y cantó él unas estrofas con Maka como si fuera Lennon, perfilados ambos en torno al micrófono? ¿Qué despierta esa anécdota contada en viva voz por sus protagonistas?<br />Y qué ganas, también, de escucharlo todo, de atender a cada uno de los grupos que se presentaron, no ocho días a la semana sino tres al año, que se visten a veces como el cuarteto y otras no, consiguen las marcas de instrumentos originales, el bajo que usaba Paul, las guitarras de Harrison o Lennon, la batería de Ringo, o el anillo de Ringo, un amplificador igualito al que llevaron a la gira de los Estados Unidos en 64...<br />Estuvieron, entre otros, Helter Skelter, Ecipse, Rubber Soul, Rocka, Antología, Sí, Bemol, Revolver, Metana, Broken Wings (de Puebla), Beatboys, Blue Meanies, Yesterday, Get Back, Última Toma (Tampico), Back Beat y Morsa, entre otros, de un nivel bastante bueno. Hubo también conferencias sobre los covers, es decir las canciones conocidas que los Beatles popularizaron, o las visitas de Paul a México (con la pareja de iluminados), Estados Unidos contra Lennon, la historia de la Caverna de Liverpool y la premier, a cargo de Manuel Guerrero, el domingo, del disco <em>Love</em>, que a algunos les sonó más a George Martin que a los Beatles, pero que está, aún, por lo temprano de su salida, a la espera de una revión detallada.<br />Se le concede, pues, el beneficio de la duda porque lo que necesita uno siempre, de más está decirlo, es amor, sí, pero uno amor inteligente, sujeto a los valores de riqueza musical que son la base del apego Beatle.<br />Es ridículo, tal vez, que en un lugar del norte de la Ciudad de México, muy cerca de la Basílica, en el esqueleto de lo que alguna vez fue eso que se llamó, a finales del siglo XX, Macrovideocentro, se haya armado tanto alboroto en torno a cuatro que nunca pudieron presentarse en México juntos, aunque hubo arreglos y fecha y el gobierno revolucionario de los años sesenta, dictadura imperfecta, ejerció presión para cancelar el concierto... Es ridículo, sí, pero también sublime, entendible, lógico: los Beatles son ya parte de una cultura que se desentiende de las estrategias mercadológicas e implica el reconocimiento de uno mismo, un pasado de gloria visto sin nostalgias, con un pie en la eternidad y otro en el ayer.<br />Vístese uno con su chamarra que dice “Imagine”, colócase su gorrita del Submarino Amarillo, busca el mismo que los tenis Lennon de Converse parezcan menos viejos o usados de lo que están, y compra, siempre ese sujeto imaginario, sus versiones alternas del Álbum Blanco, o el par de conciertos del Hollywood Bowl y la colección de discos navideños, que enviaban John, George, Paul y Ringo a sus fans oficiales cada año... Y algo, algo en el aire se mueve.<br />Soplan, guadalupanos, los vientos de los cuatro fabulosos, héroes de la clase trabajadora, escarabajos no kafkianos.<br />La beatlemanía, como dicen en la radio, es universal pero también muy mexicana, anomalía melódica que podría explicarse pero no tiene, a la vez, explicación integral.Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-1133804647593160552005-12-05T09:38:00.000-08:002005-12-06T06:59:29.970-08:00Héroe de la clase trabajadora<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1030/370/1600/04.0.jpg"><img style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1030/370/320/04.0.jpg" border="0" /></a><br />Se trata de una rara locura mexicana. Quizá se manifieste en varios países pero tal vez no con la intensidad y constancia que se da entre nosotros. Fue extraña, por ejemplo, la reunión de fieles beatlémanos en una tienda de discos de la Zona Rosa el 9 de octubre pasado para celebrar el cumpleaños 65 de John Lennon: hubo pastel y grupo de tributo (uno de los tantos que circulan por la República), en el lanzamiento de la antología <em>Working Class Hero</em>. Fue inverosímil, además, asistir este fin de semana a uno más de los festivales en torno al Cuarteto de Liverpool que se realizan, siempre a principios de diciembre y desde hace once años (a iniciativa de Ricardo Calderón, del club Seguimos Juntos), en un espacio cercano a La Villa de Guadalupe, con grupos de disfrazados coveristas, conferencias y venta de discos, películas, playeras, chamarras, calcetines, carteles y toda la memorabilia que pueda imaginarse. Este jueves próximo, a un cuarto de siglo del asesinato de Lennon, habrá sin duda conmemoraciones en distintas ciudades, a la espera o con la llegada del dvd de la cinta documental Imagine (Andrew Solt, 1988). Y se escucharán de lunes a viernes, como ha venido ocurriendo desde tiempos inmemoriales, dos horas de música beatle (a las ocho de la mañana y a las 13 horas) en la radio de frecuencia modulada.<br />¿Por qué la beatlemanía persiste en México? Cuenta el mito que el 28 de agosto de 1965, en pleno diazordacismo, los Beatles (o los Beaceps, como les llama José Agustín en <em>De perfil</em>) pudieron haberse presentado en el estadio de la Ciudad Deportiva, hoy conocido como el Estadio Azul... pero las autoridades temieron que su presencia provocara alborotos y cancelaron el concierto. Es decir: nunca se les escuchó en vivo, los discos y las películas llegaban con gran retraso, ¿qué los hace tan entrañables? En un texto de diciembre de 1980 (incluido en <em>Crines: otras lecturas de rock</em>, 1994), propone Héctor Manjarrez lo siguiente: en los años sesenta los Beatles fueron el grupo que mejor expresó a un mayor número de gente; siempre respondieron en el momento preciso a lo que sentían sus coetáneos, e incluso muchas veces se anticiparon. Lo que se vive hoy es eco de esa época, pero además las composiciones de George Harrison, John Lennon y Paul McCartney, sobre todo (sin menospreciar a Ringo), han desarrollado sus propias raíces. Ciertas piezas de los Beatles (sigo a Manjarrez) pueden resonar a nuestros oídos como los <em>lieder</em> de Schubert y Schumann a los oídos del siglo XIX: música popular con toda la armonía, toda la nostalgia y todo el deseo de su tiempo.<br />En el prólogo a la nueva edición de la biografía oficial, asombra a Hunter Davis la permanencia del fenómeno. Escribe: “Quizá lo más sorprendente de los Beatles a lo largo de las últimas décadas sea el hecho de que cuanto más nos alejamos de ellos, más grandes resultan”. En busca de explicaciones, se detiene en siete aspectos. Los tres primeros son la influencia musical, política y comercial: el reconocimiento de los nuevos grupos a los aportes de los Beatles, su posible influencia en cambios sociales (por ejemplo, hay la idea de que ayudaron al colapso de la Unión Soviética) y las ventas actuales de sus discos (el recopilatorio <em>1</em> vendió 21,6 millones de copias). Luego está su presencia académica (los Beatles como asignatura escolar), la industria que sigue apoyándose en ellos (los festivales, el turismo en Londres y Liverpool, las disqueras independientes que ofrecen versiones alternas de sus álbumes, los grupos de tributo y los fabricantes de memorabilia), y la presencia de objetos relacionados con el cuarteto en subastas de todo el mundo: en 1999 la letra manuscrita de “I am the Walrus” se vendió por ochenta mil libras.<br />El último punto es el de la bibliografía beatle, ya muy amplia y en franco proceso expansivo: el especialista Mark Lewisohn (autor, entre otros títulos, de <em>The Complete Beatles Recording Sessions: The Official Story of the Abbey Road Years 1962-1970</em>) prepara, para el siguiente lustro, una amplia historia beatle en cuatro o cinco tomos. En español aparecieron este 2005 la biografía de Hunter Davis (Ediciones B) y <em>Lennon recuerda</em> (Aguilar), de James S. Wenner, con las entrevistas completas de 1970 a la revista <em>Rolling Stone</em>, todavía al calor de la ruptura, mismas que generaron un diálogo ríspido con McCartney. Éste respondió primero en <em>Melody Maker</em> y luego en el disco <em>Ram</em> (1971), con la canción de apertura “Too Many People”, en donde le decía a John que sólo era un chico tonto que destruía sus oportunidades. Lennon reaccionó con “How do you Sleep?” (“¿Cómo puedes dormir?”) y “Crippled Inside” (“Lisiado por dentro”), de <em>Imagine</em> (1971), y a la portada del disco de McCartney (con éste sosteniendo los cuernos de un carnero) opuso una postal inserta en el elepé con Lennon tomando por las orejas a un cerdo...<br />La historia beatle es un asunto al que se va y se viene. Los fanáticos de entonces y de ahora comparten varios traumas: el de la separación es uno, con la posibilidad en los años setenta de que se reunieran de nuevo (hubo la mediación, incluso, de la Organización de las Naciones Unidas); y otro trauma es el del asesinato de John Lennon, el 8 de diciembre de 1980 frente al edificio Dakota en Manhattan, veinticinco años atrás.<br />Desfase o anacronismo, locura mexicana o universal, el cuento y la música beatle siguen siendo poderosos. Y aunque el sueño terminó, como sentenció Lennon en “God”, el sueño extrañamente continúa.Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-1132773938816953952005-11-23T11:24:00.000-08:002005-11-23T19:44:45.106-08:00Joyce y los BeatlesEn un terreno heterodoxo, es posible comparar la obra del escritor irlandés James Joyce con los Beatles. Uno y los otros vienen de una ciudad periférica de Londres (Dublín y Liverpool) atravesada por un río (el Liffey o el Mersey). Tanto Joyce como John Lennon y Paul McCartney sufrieron la pérdida temprana de la madre, que en el caso del narrador se vuelve ese grito angustioso de Stephen Dedalus: “Madre, déjame ser, déjame vivir”; y en Lennon suena de esta manera: “Madre, tú me tuviste pero yo nunca te tuve”. Las primeras creaciones de uno y los otros son sencillas y melodiosas (como los cuentos de <em>Dublineses</em> o incluso el <em>Retrato del artista adolescente</em>), y emprenden luego todos un camino experimental: el <em>Sargento Pimienta</em> es el <em>Ulises</em> de los Beatles; y el álbum blanco es su <em>Finnegans Wake</em>.Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-1132773836148585972005-11-23T11:20:00.000-08:002005-12-06T07:01:54.646-08:00El efecto BeethovenEl gusto musical suele ser ecléctico puesto que el oído está sujeto, aun desde el vientre de la madre, a múltiples influencias. Es difícil controlar lo que uno escucha: a lo largo de la vida se va recibiendo información melódica, y ésta se integra naturalmente a los archivos del recuerdo. En circunstancias cotidianas somos además cautivos de la preferencia ajena: la de quienes viven con uno, lo que se programa en la radio, la feroz estridencia del vecino en un edificio habitacional, el fondo sonoro en el mercado, la oficina o el medio de transporte, el soundtrack de un largometraje...<br />Si para leer, ir al cine, al teatro o a un museo se cumplen una serie de pasos (comprar el libro o el boleto, etcétera), siendo éstos modos “activos” del arte, en cuanto a lo musical el contexto parece crear sus propias vías y se puede participar de la música sin haber asistido a una sala de conciertos o comprado nunca un disco o incluso sin tener un aparato receptor o reproductor en casa, es decir pasivamente.<br />Por lo mismo de la inmediatez, es arduo hacerse de una cultura musical. Ocurre, como en el cine y la literatura, que se fabrican productos de fácil recepción más para compradores que melómanos, con intérpretes que actúan como sucedáneos o impostores de lo genuinamente artístico, y a quienes se les llama “artistas” sin en verdad serlo. Hay así una música de industria y otra de creadores, y para la cual, como explica el argentino Diego Fischerman en <em>Efecto Beethoven: complejidad y valor en la música de tradición popular</em> (Paidós, Buenos Aires, 2004), “la autenticidad constituye un valor”.<br />No se pretende llegar aquí a una valoración maniquea entre lo bueno y lo malo, pero sí debe quedar claro que hay obras “compuestas” y otras que son “producidas” por un aparato industrial para consumo de temporada a partir de fórmulas establecidas y con el fin promordial de explotar un mercado de baja exigencia en cuanto a calidad creativa y sonora.<br />Un caso muy claro con respecto a lo artístico y sus imitaciones es el grupo estadounidense los Monkees, diseñado por la NBC a imagen y semejanza de los Beatles, y que copiaba tanto el estilo de sus canciones como sus vestimentas o incluso el comportamiento cómico a la manera de las cintas <em>A Hard Day’s Night</em> (1964) y <em>Help!</em> (1965), dirigidas ambas por Richard Lester. Se pretendió hacer pasar a los Monkees como un descubrimiento “americano”, con su historia paralela a la del cuarteto de Liverpool de cuatro muchachos que buscaban difundir sus frescas composiciones. Cuenta Fischerman: “Cuando se reveló que The Monkees se había formado a partir de un casting y que las canciones eran provistas por un ejército de autores en ese entonces noveles, entre quienes se contaban Carole King y Leon Russell, la carrera del grupo terminó abruptamente”.<br />Hay, por cierto, una película para televisión (<em>Daydream Believers: The Monkees Story</em>, 2000), que intenta construir una imagen positiva de esos cuatro jóvenes entrampados en la farsa de un grupo hechizo, y que, según el filme, por varios medios quisieron mostrarse “auténticos” e incluso, en algún momento, pretendieron tocar su propia música. En una secuencia, asisten en Londres a una fiesta organizada por los Beatles, en donde John Lennon y Paul McCartney les dan su bendición como clones. “Sigan así”, les dicen; “siempre vemos su programa y nos parece muy divertido.”<br />Los Monkees eran similares a los Beatles, pero no eran los Beatles. Éstos quizá igual nacieron como imitación de otros grupos, pero muy pronto encontraron un camino propio. Fischerman describe así el itineario beatle: primero, el rock’n roll como actitud y ritual generacional (<em>Please, Please Me</em> y <em>With The Beatles</em>); luego la elaboración de la forma canción hasta llevarla a su propio límite (<em>A Hard Day’s Night, Beatles for Sale y Help!</em>); la experimentación sonora (<em>Rubber Soul</em>); la crispación expresionista de los recursos dramáticos del rhythm & blues en el heavy (<em>Revolver</em>); la complejización de la tarea de producción en el estudio de grabación (<em>Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band</em>); las fronteras del ruido y del silencio (<em>The White Album</em>); el rechazo a esa sofisticación, la vuelta a la sencillez y la idealización de la crudeza (<em>Let it Be</em>); y la autoinmolación estética (<em>Abbey Road</em>).<br />“En apenas cuatro años”, explica Fisherman, “cuatro jóvenes que jamás habían pasado por un conservatorio, que carecían de cualquier clase de formación musical sistemática, partiendo de una enciclopeda sumamente precaria [...] y cuyas capacidades instrumentales eran incluso menores que las de muchos otros músicos de rock, habían cambiado para siempre el universo de la canción de tradición popular y, de paso, habían convertido el rock en un campo que aparecía notablemente fértil para la experimentación y especialmente generoso para recibir aportes de otras tradiciones.”<br />Para Fisherman, lo que sorprende en los años sesenta es el nivel de aceptación masiva al que llegaron estéticas que podrían clasificarse de ruptura. Como lo muestra la historia de los Beatles, en esa década la música popular cruzó una vez más (lo que ocurrió antes con el jazz y el tango, por ejemplo) ese umbral por el que dejó de ser melodía bailable y se convirtió en composición destinada a la escucha. Música compleja para un público complejo, y no aturdida imitación simiesca.Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-1132773603421931812005-11-23T11:13:00.000-08:002005-11-23T11:20:03.426-08:00En Pimientilandia“Había una vez, o quizá dos, un paraíso extraordinario llamado... Pimientilandia.”<br />Así, más o menos, arranca la película <em>Yellow Submarine</em> (1968), aventura psicodélica de dibujos animados que tiene a los Beatles como protagonistas, y acaso de esa manera podría iniciar en español el libro de ilustraciones del <em>Submarino amarillo</em> lanzado en el 2004 en distintos idiomas (inglés, alemán, francés, italiano, noruego, portugués y japonés, según la página oficial www.yellowsubmarine.com), pero del cual no hay noticia de una edición próxima en Latinoamérica o España.<br />El comienzo es clásico: “Once upon a time, or maybe twice, there was an unearthly paradise called... Pepperland”.<br />¿Se trata de un inocente relato? Lo curioso es que, tanto de su versión fílmica como impresa, habría dos lecturas: una lo percibe como una fantasía para menores de edad y otra como una amalgama alucinatoria reflejo de la ingestión de estupefacientes. Ya que el contexto social cambió, quizá ahora prevalezca que el <em>Submarino amarillo</em> sea considerado más como una fábula infantil, y de ahí que se imprima un tomo dirigido a los niños (pero que también buscarán los afanosos seguidores de los Beatles).<br />La psicodelia y las drogas caminaron juntas durante los años sesenta, y esto se reflejó en el repertorio beatle, pese a los testimonios en contrario. John Lennon insistía en que “Lucy in the sky with diamonds”, por ejemplo, no había sido inspirada por el LSD, cuyas iniciales contiene, sino en un dibujo realizado por su hijo Julian en el que Lucy, compañera de escuela, volaba por un cielo de diamantes, y acaso algo similar podría contarse de “Yellow submarine”, compuesta por Paul McCartney como divertimento para que la cantara Ringo Starr.<br />En esta ambigüedad entre lo cándido y lo malicioso se construyó un mundo imaginario al que de pronto, en la fiebre de la beatlemanía, podía acceder “todo público”, y cada quien interpretaba las cosas a su manera.<br />Y quizá desde entonces importó menos lo que había motivado el viaje que la odisea musical en sí misma.<br /><br />***<br /><br />La canción “Yellow submarine” es del álbum <em>Revolver</em> (1966), como sexto track del lado A, y lleva la voz cantante el baterista de los Beatles. Tiene en los coros a sus compañeros, más Brian Jones (de los Rolling Stones), Marianne Faithfull (musa de Jagger y Keith Richards, ella misma solista), Pattie Harrison y George Martin, entre otros.<br />La tonada es simple y, por lo mismo, pegajosa. Tan conocida que hasta resulta vano citarla: “We all live in a yellow submarine / yellow submarine / yellow submarine”. Al guionista y productor Al Brodax se le ocurrió que de ahí podría salir una buena película, y se acercó a Brian Epstein, mánager del grupo. Éste pensó en dos cosas: ya aparecían en la televisión británica caricaturas de los Beatles, y había planeado que a futuro se hiciera un filme con esa técnica; y tenían el compromiso firmado con la United Artists por tres largometrajes, de los cuales se habían filmado sólo dos y no se veía cómo lograr que se hiciera el tercero. Acaso aceptarían cerrar con éste el contrato.<br />Accedió, pues. En tal caso, por lo mismo de que se trataría de animaciones, la participación directa de los Beatles sería limitada, e incluso no se precisaría de ellos para las voces de los personajes, encargadas a actores: John Clive fue Lennon, Geoffrey Hughes fue McCartney, a Ringo (y al jefe de los Azules Malosos) lo caracterizó Paul Angelis, y Peter Batten fue Harrison.<br />La aportación del cuarteto consistiría en cuatro canciones nuevas (que fueron “Only a northern song”, “All togheter now”, “Hey bulldog” e “It’s all too much”), a las que se agregarían “Nowhere man” de <em>Rubber Soul</em> (1965), “Yellow submarine” y “Eleanor Rigby”, de <em>Revolver</em>; “All you need is love”, lanzada anteriormente como sencillo; “When I’m sixty-four”, “Lucy in the sky with diamonds”, “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” y un fragmento de “With a little help from my friends”, del Sargento Pimienta; con arreglos orquestales a cargo de George Martin.<br />Brian Epstein hizo el trato, y el equipo de Al Brodax puso manos a la obra en un estudio de animación en el barrio de Soho.<br /><br />***<br /><br />Había que construir una historia en torno a un submarino amarillo que navega por el verde mar. Debía ser el relato de un viaje imposible, a la manera del Julio Verne de las <em>20,000 leguas de viaje submarino</em> o el Frank L. Baum del <em>Mago de Oz</em> o el Lewis Carroll de <em>Alicia en el país de las maravillas</em>, que sirvieron además como modelos gráficos.<br />En cuanto a los protagonistas, el cuerpo creativo revisó las dos cintas de Richard Lester en que los Beatles habían participado: <em>A Hard Day’s Night</em> (<em>La noche de un día difícil</em>, 1964) y <em>Help!</em> (<em>¡Auxilio!</em>, 1965), y que sirvieron para estudiar las voces y acercarse al humor beatle.<br />Gracias a que el 1 de junio de 1967 salió a la venta un siguiente álbum del grupo, el <em>Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band</em> (1967), se agregaron otros motivos: primero el nombre de la banda y su forma de vestir, tomada de la portada del disco, y luego el lugar de la fantasía, Pepperland, que podría traducirse como Pimientilandia.<br />Y comenzó a cobrar vida el cuento fílmico: “Érase una vez, o dos, en un paraíso de fantasía llamado... Pimientilandia. A ochenta mil leguas bajo el mar yace o se halla, no estoy muy seguro, esta tierra maravillosa donde canciones y risas corren junto con el viento y uno nunca se siente solo porque la banda del Sargento Pimienta está siempre tocando tu canción... O por lo menos así era hasta que apareció el ejército de los Azules Malosos, que odian la música y quieren desterrarla de Pimientilandia. Sus tropas son poderosas, con los perros de cuatro cabezas, los turcos mordedores, los largiruchos arrojadores de manzanas y el guante volador. El capitán Fred escapa de la guerra a bordo de un submarino amarillo que lo llevará, ochenta mil leguas arriba, a Liverpool, en busca de ayuda”.<br />La cinta fue dirigida por George During con guión de Lee Minoff, Al Brodax, Jack Mendelson y Erich Segal. El diseño gráfico estuvo a cargo del artista alemán Heinz Edelmann. Se estrenó el 17 de julio de 1968 en el London Pavillion; el disco circuló hasta seis meses más tarde, el 17 de enero de 1969.<br /><br />***<br /><br />“Por la calle de la Esperanza vagaba Ringo desesperanzado.” Aunque era quizá el menos venturoso musicalmente, algo tenía Ringo Starr que de los cuatro fue tal vez el que más brilló en la pantalla. En torno a él gira la trama de Help!; y su melancólica caminata por las orillas del río en A Hard Day’s Night fue muy celebrada. Con el mismo ánimo se le encuentra en <em>Yellow submarine</em>, película y libro, en los que musita: “Liverpool suele ser un lugar solitario el sábado por la noche... y apenas es jueves por la mañana. ¡Nunca me pasa nada!”<br />La cinta no sólo despliega una gran imaginería visual, también juega con el lenguaje. Durante el primer ataque de los Azules Malosos vemos a la palabra <em>know</em> (saber) convertirse en <em>now</em> (ahora) porque el guante volador aplasta la K, y al fin en <em>no</em> al desaparecer la W. Cuando el capitán Fred llega con Ringo, le pide ayuda citando títulos del cancionero beatle: “Help! I really need somebody. Help!” o “Please. Pl-ea-se help me!”, por lo que el baterista afirma que la historia ha tocado su corazón y decide apoyarlo.<br />La expresión no se queda quieta: sólo por un leve movimiento de labios, el día sábado (saturday) se vueve el día de la cítara (citarday), que era el instrumento hindú entonces favorito de Harrison. O un beatle dice a otro beatle: “Si tienes que gritar, hazlo quedo”.<br />También son amplias las referencias visuales, con alusiones tanto a la historieta como al arte pop y la psicodelia. En unos instantes de proyección, muchas cosas ocurren: al beber una pócima, Frankestein se convierte en John Lennon; a Harrison se le descubre en un colorido viaje místico del que emerge con una enseñanza: “Todo está en la mente”; Paul aparece como un joven Mozart y lo cubren los aplausos; y Ringo es retratado como un moderno Charles Chaplin.<br />Para llegar a Pepperland, el submarino amarillo debe atravesar por mares y canciones: en el mar del tiempo se escucha “When I’m sixty four”; en el de la ciencia, “Only a northern song”; en el mar de la nada, “Nowhere man”; en el mar de las cabezas, “Lucy in the sky with diamonds”, hasta llegar al verde mar, antesala de su destino final.<br />A partir del mar de la nada se les une ese curioso ser que se presenta como Jeremy Hilary Boob, doctor en filosofía, físico eminente, políglota clásico, botánico premiado, mordaz satirizante, talentoso pianista y buen dentista, caricatura extraña del intelectual que está fuera del mundo, ajeno a la vida, metido en sus cavilaciones: “Tan poco tiempo, tanto por aprender”. Ringo lo califica como un verdadero hombre de letras, y para él es el tema “Nowhere man”, pieza asombrosa por críptica y clara a la vez: “He’s a real nowhere man / sitting in his nowhere land / making all his nowhere plans for nobody” (“Él es un hombre de ninguna parte / sentado en su ningún lugar / haciendo sus no-planes para nadie”). Aunque: “Isn’t he a bit like you and me?” (“¿No es un poco como tú y como yo?”)<br /><br />***<br /><br />A Pimientilandia la salvan los Beatles con su música. Rescatan los uniformes y los instrumentos de la banda del sargento Pimienta, y atacan a los Malosos Azules con canciones. Los pimientilandeses regresan a la vida y al color. En la batalla el <em>glove</em> (guante) se convierte en <em>love</em> (amor), de cuya transformación nace el canto “All you need is love”, que hace huir a los Malosos y convierte a su jefe en un redondo jardín de rosas.<br />Esa historia llana se enriquecen tanto con las canciones de los Beatles, como con el arte creado por Heinz Edelmann. En éste se basa Fiona Andreanelli para la adaptación gráfica del libro; y el texto es de Charlie Gardner, según el guión original. El tomo mide 25 por 28 centímetros, tiene pasta dura y camisa, y repite, en cuanto la imagen de la portada, tanto al cd de relanzamiento (<em>songtrack</em>) como al dvd de la cinta restaurada, ambos de 1999.<br />El submarino amarillo puede ser, entonces, una canción que canta Ringo Starr en <em>Revolver</em>, una película psicodélica de los Beatles y el álbum que la acompañaba, y también el cuento contado a un niño. “And all our friends all aboard / many more of them live next door / and the band begins to play” (“Y nuestros amigos están abordo / muchos más viven al lado / y la banda empieza a tocar”).Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-1132773138420270592005-11-23T11:07:00.000-08:002005-11-23T11:12:18.433-08:00¡Qué noche la de aquel día!El arranque es impetuoso: primero un rasgueo de guitarra que resuena uno o dos segundos, y luego un coro agradable: “It’s been a hard day’s night / and I’ve been working like a dog” (“Ha sido la noche de un día difícil / y he estado trabajando como perro”)... Corren hacia la cámara tres melenudos perseguidos por una turba de admiradores; se tropieza George Harrison y hace que caiga Ringo Starr, que viene atrás. Sin detenerse pero volviéndose a verlos, John Lennon se ríe de sus compañeros, que se incorporan y retoman el paso. Con estas acciones como fondo aparece entonces en la pantalla el crédito del grupo: “The Beatles”, y enseguida el título de la película: <em>A Hard Day’s Night</em>.<br />La canción acompaña las peripecias de este trío en su intento por llegar sanos y salvos al tren; mientras el otro escarabajo, Paul McCartney, lee con tranquilidad el periódico en una banca de la estación ferroviaria de Marleybone, con barba y bigote postizos, junto a su abuelo John McCartney (en realidad, el actor irlandés Wilfrid Brambell), y después caminan ambos hacia el andén para reunirse con los que escapan de los fanáticos. Antes de subir al vagón, Paul se despoja del disfraz. La melodía llega entonces a sus acordes finales: “But when I get home to you / I find the things that you do / will make me feel alright / you know I feel alright” (“Pero cuando regreso a casa a tu lado / veo que las cosas que me haces / me harán sentir bien, / tú sabes que me siento bien”). Y el tren avanza.<br /> Si hoy todavía causa un leve escalofrío la recreación en mala prosa de la secuencia de créditos iniciales de la película de los Beatles, habría que ponerse en situación de quien cuarenta años atrás entró a una sala cinematográfica y vio la cinta por vez primera. Ya para entonces el nombre del grupo era conocido mundialmente (o como reza el lugar común, ya había rebasado las fronteras de su país, detonando esto sobre todo su visita a los Estados Unidos de Norteamérica en febrero de 1964), y tener esa experiencia de acercamiento casi directo con ellos y con su música debió haber sido impresionante.<br />Pero eran otros tiempos, y los estrenos no eran globales (el mismo día, a la misma hora) sino paulatinos: la premier real de La noche de un día difícil se llevó a cabo en Londres el 6 de julio de 1964; la premier “norteña”, en Liverpool, fue el 10, con un recibimiento en la ciudad de unas 200 mil personas. En Estados Unidos hubo un estreno simultáneo en 500 cines el 12 de agosto... A México la cinta llegaría hasta diciembre de 1965, al cine Internacional de la capital del país, más de un año más tarde aunque con portazo incluido (lo que da una idea de la avidez que había por verla). El 28 de agosto de ese año los Beatles pudieron haber tenido una actuación en vivo en México, pero las autoridades temieron a los sobresaltos que despertaban en los jóvenes, y éstos tuvieron que seguir el fenómeno a larga distancia, es decir vía long play.<br /> Con Gustavo Díaz Ordaz en la presidencia y Ernesto P. Uruchurtu como “regente de hierro”, los días y los anocheceres en México eran también agitados.<br /><br />***<br /><br />Parecería que todo había sido planeado para lanzar mundialmente a los Beatles, pero a principios de 1964 era difícil prever lo que ocurriría con el cuarteto durante ese año. Brian Epstein se esforzó para que tuvieran cierto éxito, pero no pensó que lo sería a tales niveles. Si el año anterior lo iniciaron haciendo giras provinciales en una fría furgoneta y lo terminaron en una gala real y como centro de un fenómeno inglés bautizado por la prensa como “beatlemanía”, el siguiente los enfrentaba a un reto que era como un salto al vacío, y en el que muchos músicos británicos fracasaron: conquistar al público “americano”.<br />Antes de ese primer viaje a los Estados Unidos de Norteamérica estuvieron en París, y dieron algunos conciertos sin causar gran euforia. Cuando llegaron al aeropuerto de Nueva York, el 7 de febrero, encontraron a una sorpresiva multitud que los aclamaba. Fue ese el día en que los estadounidenses despertaron de una pesadilla ocurrida pocos meses atrás, el 22 de noviembre del 63: el asesinato de su presidente John F. Kennedy, y es la fecha exacta en que la vida de estos muchachos tuvo un cambio diametral pues se convirtieron en astros internacionales.<br />Una de las incidencias de ese viaje la ocasionó el mal clima: por las fuertes nevadas tuvieron que hacer el viaje de Nueva York a Washington no en avión sino en tren, en convivencia con la gente de la prensa. Ese trayecto les sirvió como ensayo general de un filme que ya se estaba cocinando en cuanto a la preproducción, y que había sido (mal) negociado en octubre del 63 por Brian Epstein y gente de la United Artists: recibieron 25 mil dólares más un porcentaje bajo en las ganancias, cuando en la época Elvis Presley cobraba hasta medio millón por película y recibía el 20 por ciento extra, y no el 7 por ciento conseguido por el representante Beatle. Pero entonces ellos eran sólo cuatro muchachos de los que no se sabía hasta dónde podían llegar, y Epstein quedó satisfecho con el trato, que incluso los obligaba a hacer dos películas más.<br /> Al observar las paralelas, en el último vagón de ese tren que marchaba hacia Washington, el 11 de febrero de 1964 Paul le comentó a un reportero que apenas regresaran a Inglaterra comenzarían a trabajar en su debut cinematográfico: y que la historia, precisamente, arrancaba de modo ferroviario. Tenían la ilusión de la pantalla grande, pues habían crecido con las películas de Elvis Presley y con un musical cómico que los entusiasmó en la adolescencia: <em>The Girl Can’t Help It</em> (1956), de Frank Tashlin y con la actriz Jayne Mansfield (sex symbol de los cincuenta), donde hacían apariciones melódicas Fats Domino, Gene Vincent and his Blue Caps y Little Richard.<br /><br />***<br /><br /><em>La noche de un día difícil</em> (o <em>Qué noche la de aquel día</em> o <em>Anochecer de un día agitad</em>o o <em>¡Yeah, yeah yeah, Paul, John, George y Ringo!</em>, como se le ha conocido en Hispanoamérica) se filmó entre el 2 de marzo y el 24 de abril en un contexto arduo, pues para ese momento, luego de la conquista americana, cualquier aparición de los Beatles en la vía pública ocasionaba alborozo y alborotos. El blanco y negro de la película tiene como razón lo bajo del presupuesto asignado (sólo 300 mil dólares), pero contribuyó a crear esa atmósfera de documental o diario de una jornada en la vida de los cuatro músicos.<br />La dirección fue de Richard Lester, especialista en comedia; y el guión corrió a cargo de Alun Owen, autor teatral. Éste acompañó a los cuatro en alguna gira, los vio cómo se comportaban en privado y sobre todo escuchó cómo dialogaban entre ellos. Aunque en la cinta parezcan “naturales”, ello se debe a que hay atrás un guión y alguien que supo observarlos. A Owen le llamó la atención, por ejemplo, esa forma que tenían para describir a la gente: “Es muy limpio, ¿no es cierto?”, que en la cinta se le aplica en reiteradas ocasiones al abuelo ficticio de Paul.<br />Como era una época de descubrimientos, tenían tiempo y ganas para aprenderse el guión y la disciplina para cumplir las largas sesiones de rodaje. Sólo así pudieron quedar bien trazados sus temperamentos: el ingenio de John, el humor lacónico de Ringo o la inocencia ácida de George, y el donjuanismo simpático de Paul.<br />A Lennon le gusta mostrarse ireverente: en el tren, por ejemplo, toma una botella de Coca-cola y simula aspirar de ella como si fuera cocaína. Luego, en la bañera, revive entre burbujas una divertida batalla del ejército alemán y el ejército británico. Y ya en el teatro, convierte una cinta métrica que sostiene el sastre Dougie Millings en un listón que ha de cortar la reina, y dice con voz afeminada: “Declaro abierto este puente”.<br />En la reunión con la prensa le pregunta un reportero:<br />—¿Cómo encontraron Norteamérica?<br />Y John Lennon responde:<br />—Torciendo a la izquierda en Groenlandia.<br /><br />***<br /><br />La crítica especializada quedó conforme con la cinta. Sorprendió que los Beatles no sólo fueran buenos músicos sino que además tuvieran facilidad histriónica. Los diálogos disparatados tenían el complemento de escenas en las que, al ritmo de la música, se entretenían divirtiéndose como niños, como en la secuencia de “Can’t buy me love”, cuando escapan del teatro y van a un campo empastado, dan saltitos, fingen pelear, todo seguido por unas cámaras en movimiento también constante. Hubo quien dijo que eran los nuevos hermanos Marx.<br />El que más llamó la atención, por extraño que parezca, fue Ringo: tiene ese momento en solitario en que sale a caminar por la ciudad, y por el que se le comparó con Charles Chaplin. El fondo es una versión instrumental de George Martin a “This boy”. Lo que hace Ringo, sin quererlo, es meterse en problemas. Como diría Alex Lora, nada le sale bien: si coloca la cámara en una piedra para tomarse una fotografía, la cámara va a dar al río; si entra a un bar, comete sin darse cuenta varios destrozos; si extiende su gabardina en el suelo para que una damita no ensucie sus zapatos en el lodo, ésta cae en un gran agujero...<br />George Harrison no actúa mal. Le dan esa escena en que se equivoca de oficina y entra en un despacho de gente interesada en lanzar productos para las nuevas generaciones. Como representante de los jóvenes, lo entrevistan sin saber quién es. Entre otras cosas, dice una palabra que acaso no circulaba en el idioma inglés, y que a partir de la cinta se volvió muy popular: “grotty”, por grotesco... que al parecer fue un hallazgo del guionista.<br />El más discreto es Paul, quien por sentir el compromiso de actuar bien dejó de hacerlo, aunque tiene ese apoyo constante del veterano actor irlandés Wilfrid Brambell, en el papel de su abuelo intrigoso, y de quienes aparecen como representante y asistente del grupo, Norman Rossington (“Norm”) y John Junkin (“Shake”).<br /><br />***<br /><br />Una curiosidad mexicana es la entusiasta afición Beatle. No sólo hay dos horas diarias en la radio nacional, y otros programas en provincia dedicados a su música. Circulan varios grupos de tributo y se organizan a cada tanto festivales de fanáticos en los que se consiguen la más diversa memorabilia, además de grabaciones no oficiales (de las que hay por cientos). En el 2004, una cadena de supermercados le dedicó un mes a los Beatles, y se vendieron playeras, discos compactos, acetatos y DVD’s...<br />Un cuarteto que editó sus primeros álbumes más de cuatro décadas atrás, y que dejó de grabar hace tres, y con dos de sus integrantes ya fallecidos, mantiene en el mundo una vigencia inusitada.<br />Y todavía causa escalofrío el rasgueo de una guitarra que resuena por unos segundos, y ese coro agradable: “It’s been a hard day’s night / and I’ve been working like a dog”, escuchados por vez primera hace cuarenta años.Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-1129563172887624482005-10-17T08:29:00.000-07:002005-10-17T08:32:52.890-07:00Conformarse vendeLos años sesenta parecen todavía un asunto vivo. Son continuas las referencias a personajes y situaciones de la época, tanto en lo cultural como en lo político. Hay cuentas pendientes, por ejemplo en lo que respecta al 2 de octubre mexicano (pues los culpables de la matanza de Tlatelolco se mantienen sin juicio ni castigo, pese a la promesa en contrario por parte del gobierno panista); y también se revisan día con día los efectos sociales (costumbres, forma de vestir, ética y estética) que pudo haber provocado esa década cambiante. Aún escuchamos a los Beatles, los Rolling Stones y los Doors (y muchas otras agrupaciones musicales); o, en cuanto al pensamiento o la reflexión, se habla de Herbert Marcuse, Allan Watts y Theodore Roszak, centrales por sus exploraciones en lo alternativo o contracultural... Una cinta del 2003 (<em>Los soñadores</em>, de Bernardo Bertolucci) se sitúa en el mayo de París en 1968, ese mismo (por lugar, año y mes) en el que se detiene Carlos Fuentes en <em>Los 68</em> (Debate, 2005), que rescata un texto (crónica o mosaico de voces) publicado entonces por la editorial Era (<em>París, la revolución de mayo</em>), al que se agregó un ensayo sobre la novelística del checo Milan Kundera (con lo que se cubre indirecta e insuficientemente la “primavera de Praga”) y un fragmento de <em>Los años con Laura Díaz</em> (1999), reseña mínima —y de pobres virtudes literarias— de la matanza de Tlatelolco.<br />Lo único realmente nuevo de esta “novedad” editorial es un prólogo de seis páginas, en donde Fuentes define a 1968 como “uno de esos años-constelación en los que sin razón inmediatamente explicable coinciden hechos, movimientos y personalidades inesperadas y separadas en el espacio”, y se pregunta qué tanto de lo ocurrido luego puede considerarse como efecto de esos meses de febril cuestionamiento, para dejar la pregunta en el aire. ¿Quién lo sabe? Quizás, dice, sin mayo en París, sin primavera de Praga y sin Tlatelolco en México, las nuevas sendas de la democracia y la crítica social se hubiesen, de todos modos, abierto paso. Esto también habría sucedido, acaso podría agregarse (con esa misma lógica), sin Carlos Fuentes.<br />En <em>Rebelarse vende: el negocio de la contracultura</em> (Taurus, 2005), un par de investigadores canadienses, Joseph Heath y Andrew Potter, extienden la duda y le dan su vuelta de tuerca (a la derecha): para ellos la influencia de los años sesenta (en el arte y las ideas) no sólo fue cierta al final del siglo XX sino, además, dañina, pues instauró un irresponsable sentido crítico, la peligrosa inconformidad contra lo establecido (que conlleva, cito, ¡“un espectacular descenso de la cordialidad”!). Según estos autores habría que aceptar a la sociedad de masas tal y como es, o procurar acaso algunas reformas, pero no intentar (nunca de los nuncas) cambiarla por completo. Celebran el consumismo, cuyo único pecado sería el satisfacer demasiado a la clase obrera; gustan de la rigidez legal, porque de otro modo se viviría en la anarquía (y además los gobiernos son cada vez menos autoritarios); portarían gustosos uniformes militares o fabriles (y febriles), para ellos una forma de aclarar las jerarquías en una estructura laboral, educativa o represiva; defienden a la publicidad, puesto que el que no muestra no vende, y sin ventas no hay progreso, pero sí consideran conveniente alguna regulación; creen que pobreza y mal gusto van unidos, y que la alta cultura acompaña al bienestar económico y ecuménico...<br />Hay frases donde se retrata inequívocamente su forma de pensar: “Es necesario algún tipo de control social para mantener un sistema de beneficios mutuos; por eso conviene castigar la desobediencia”; “Si una solución autoritaria consigue crear el nivel de confianza necesario, lo más probable es que todos los bandos la acepten con entusiasmo”; “¿Y qué tienen de malo los yuppies? Aparte de ser lo que son, ¿qué crímenes han cometido?”; “¿Dónde se traza la línea divisoria entre la transgresión y la patología? ¿Cuándo se convierte la ‘filosofía antisistema’ en una enfermedad mental? ¿Cuál es la diferencia entre la conducta antisocial y la oposición a la sociedad de masas? ¿En qué momento lo ‘alternativo’ se transforma en pura demencia?”<br />¿Pura demencia? La Real Academia explica la palabra “oxímoron” como la “combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido”. Quizá se trate de algo como eso, de un “bestseller oxímoron”; en la portada aparece un rostro del Che Guevara impreso en una tacita de café frío. Si, como proponen, rebelarse vende, el efecto de conformarse parece llevar a los mismos resultados; su perfil anticontracultural, de especialistas críticos en lo alternativo, a la diestra de todo, les permite no obstante apoyarse en los signos de la discusión (como el gancho gráfico del rebelde por excelencia) para atraer a huxleyanos lectores felices, aunque con leves tintes sicodélicos a desteñir.<br />En <em>Los 68</em> —que es un libro no original sino hechizo—, confía Carlos Fuentes en que los negocios públicos cambiaron para bien después de los años sesenta, gracias o no al mayo de París, la primavera de Praga o el movimiento estudiantil mexicano (que él reduce a Tlatelolco); en <em>Rebelarse vende</em>, dos investigadores canadienses (¿asquerosamente derechistas?) cuestionan a los cuestionadores de esa década por impulsar una relación hostil entre las sociedades y sus instituciones, y perciben el mito contracultural como un lastre... Las miras son cortas, pero el tema está ahí.Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-1129562916440624002005-10-17T08:25:00.000-07:002005-11-23T15:54:24.920-08:00¡Qué se han creído estos macarras!Una de las dificultades de <em>Rebelarse vende: el negocio de la contracultura</em> (Taurus, 2005), de los canadienses antialternativos Joseph Heath y Andrew Potter, es ajena a los autores y corresponde a la edición mexicana, que obliga al lector a ir una y otra vez al diccionario para poder entender términos de uso común en España, de donde es la traducción original... por desgracia no revisada para que circulara en territorios hispanohablantes distintos, lo que debe ser tomado como una descortesía. ¿Qué será eso de que el gobierno te mande a la “pasma” a casa a “levantarte el alijo”? ¿Qué es llamarle “bofia” a la policía? ¿Cómo es un entorno irremediablemente “hortera”? ¿Quién se reconoce como “estrecho” o “pringado” o “pijo”? ¿Quiénes son los deportistas “cachas”? O, por último, ¿qué es “macarra”?<br />Según la Real Academia, se califica como macarra a una persona agresiva, achulada; vulgar y de mal gusto; o, de plano, a un rufián. En el libro, uno de los autores refiere su traumática experiencia dentro de la cultura punk, y describe lo que ocurría cuando salía a la calle con su disfraz rebelde: “Las señoras mayores me miraban mal por la calle, los macarras me gritaban burradas al pasar en coche, los vigilantes de seguridad me seguían sin ningún disimulo por todo el supermercado y los testigos de Jehová se empeñaban en darme un ejemplar de su revista”.<br />Por estas reacciones, el personaje tenía la impresión de estar haciendo algo de veras radical, “de estar poniendo a prueba a la gente, abriéndoles la mente, sacando a las masas de su letargo conformista”; él (no se define en el texto a cuál de los dos investigadores le ocurrió esto) era “el filo de la navaja, el comienzo de una gran revolución, la señal más obvia del inminente derrumbe de la civilización occidental”.<br />Pronto se daría cuenta de que las cosas no eran de ese modo, vendría el desencanto y se volvería una persona común. Presumió a una amiga de su madre, de pasado hippie, cómo el mundo se alteraba a su paso, y ella le dijo: “Te entiendo muy bien. Cuando yo tenía tu edad me pasaba exactamente lo mismo. La gente nos llamaba ‘hippies asquerosos’, nos echaban del autobús y se negaban a atendernos en los restaurantes. Y ahora, les trae sin cuidado”. En el inocente neo-punk, estas palabras fueron toda una revelación: en ese momento entendió que pronto nada provocaría su vestimenta extravagante, que sería considerado como uno más en el paisaje, un consumidor “raro” pero al fin consumidor... Y se preguntó, con pesadumbre: ¿qué sentido tenía entonces haberse vuelto punk si no lo señalaban los demás? Y se transformó así en algo no tan espectacular pero sí menos estresante, se ubicó en el tranquilizador “término medio”: un adulto equilibrado que respeta las normas beneficiosas para la comunidad y se opone concienzudamente a las que considera injustas.<br />Tal es el objetivo central de <em>Rebelarse vende</em>: convertir al rebelde en conforme, reconciliarlo con la sociedad y educarlo en el respeto por lo establecido. Hacerle ver que “el desorden es mucho más peligroso para nuestra sociedad que el orden”, y que “habría que dejar de preocuparse por el fascismo” porque a “nuestra sociedad le haría falta tener más normas, no menos” (subrayados de los autores). Ahí está el caso, para no ir muy lejos, de uno de los dos canadienses que firman el libro, que fue punk y pronto se volvió un efectivo, pues no brillante, pensador de derechas, un severo crítico de la contracultura, alguien que prefiere las soluciones sencillas para los problemas sociales concretos, y no los cambios “profundos” o “radicales” que, considera, jamás se podrían aplicar con eficacia.<br />Nada de lo “alternativo” tiene la aprobación de este par de investigadores canadienses, ¿para qué acudir a ello si hacerlo implica un rechazo de lo institucional que tan bien funciona cuando no se le combate? Entre un médico alópata y un homeópata, preferirán siempre al primero puesto que el “tratamiento alopático se impuso por su éxito espectacular en la prevención y curación de enfermedades”, y lo homeopático queda como un resabio de los tiempos antiguos, de cuando se sabía poco sobre el funcionamiento del cuerpo humano, y preferirlo es rechazar el progreso... aunque aceptan, a regañadientes: “Sin embargo, es cierto que algunas enfermedades quizá se curen con remedios homeopáticos tradicionales”.<br />La mera exposición de las “ideas” que mueven esta obra lleva a la caricatura, puesto que su método es simple: identificar aquello que tienda a la izquierda, simplificarlo en su descripción y enseguida descalificarlo. Además, su lista de peligrosos “rebeldes contraculturales” llamará a la risa: Oliver Stone y J. R. R. Tolkien, los hermanos Wachowski y Alanis Morissete, Herbert Marcuse y Kurt Cobain, Iván Ilich y Roger Waters, el capitán Kirk de <em>Star Trek</em> y Michel Foucault, Norman Mailer y Michael Moore, Spike Lee y Naomi Klein, Theodore Roszak y el personaje Lester Burnham de <em>Belleza americana</em>, entre otros. Les faltó incluir, quizá, a Julie Andrews, por <em>La novicia rebelde</em>, aunque el título en inglés (<em>The Sound of the Music</em>) no es tan alternativo como el que tuvo en México la película de Robert Wise.<br />Se dirá, al fin, en el español madrileño en que fue traducido Rebelarse vende: “¡Anda, que se han creído estos macarras! ¡Cómo es que estos tíos se han visto tan estrechos!”Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-1129562648843492952005-10-17T08:19:00.000-07:002005-10-17T08:24:08.853-07:00¡Beatlemanía!No querían viajar a Estados Unidos. Le habían dicho a su representante Brian Epstein que irían a América sólo cuando tuvieran un “número uno” en las listas de popularidad. A Cliff Richard, Adam Faith y otras grandes estrellas de la Gran Bretaña, les había ocurrido que al ir a Norteamérica eran presentadas como figuras secundarias detrás de gente como Frankie Avalon o Fabian, artistas que sólo habían llegado a tener un éxito en su carrera.<br />Así que para John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr una gira en América podría significar un paso atrás y se resistían. Un paso atrás de varios pasos hacia adelante que habían dado a lo largo de 1963.<br />El presentador norteamericano Ed Sullivan los encontró en el aeropuerto de Heathrow, de regreso los Beatles de una breve gira por Suecia, y se preguntó por qué armaban tanto alboroto. Se enteró, sin embargo, que dos sencillos del cuarteto (“Please, please me” y “She loves you”, editados por sellos discográficos menores, Vee Jay y Swan) no habían tenido suerte en Estados Unidos. De todos modos, y por no dejar, mostró interés en presentarlos una sola vez en su programa dominical como una curiosidad británica. Ya en negociaciones, a mediados de noviembre Brian Epstein convenció a Sullivan de que fueran dos las actuaciones (el 9 y el 16 de febrero de 1964) y que los anunciara como número principal. Con esto amarrado, el representante de los Beatles logró la promesa de que Discos Capitol prensara en enero el sencillo “I Want To Hold Your Hand” con el apoyo de una campaña publicitaria de 50 mil dólares... Las cartas estaban sobre la mesa, mas era difícil prever cómo funcionarían.<br />Surgió un naipe imprevisto: el 22 de noviembre, en Dallas, el presidente John F. Kennedy fue asesinado. El pasmo se apoderó de Estados Unidos, país que pasó las Navidades sumido en el luto y que para enero intentaba salir del duro letargo.<br />El contexto parecía adverso para que los Beatles triunfaran en América. Mas unos días antes de emprender el viaje se enteraron que “Quiero estrechar tu mano” era la canción número uno en la lista de Billboard. Era tiempo de ir por América, había que correr ese riesgo, aunque las probabilidades de fracasar fueran muchas.<br /><br />***<br /><br />A principios de febrero de 1964, el camarógrafo Albert Maysles recibió una llamada telefónica de la compañía británica Granada Television: le informaron que el día 7 llegaban los Beatles a Nueva York y estaban interesados en hacer un documental sobre su gira... Albert tapó la bocina y le preguntó a David, su hermano, que colaboraba con él como sonidista:<br />—¿Sabes quiénes son los Bealtes? ¿Son buenos?<br />—Sí, son geniales.<br />Aceptó entonces el trabajo. El viernes 7, hacia las 13 horas, los Beatles arribaron al John F. Kennedy de Nueva York procedentes de Londres; sorpresivamente, el aeropuerto había sido tomado por los fanáticos. Había carteles de bienvenida aquí y allá: “Beatles, los peluqueros están hambrientos”, o “Los quiero mucho, quédense aquí para siempre”. Nunca se había visto nada así. Confesaría, más tarde, George Harrison: “Sí fue una sorpresa para nosotros ese recibimiento. Pensábamos que debíamos esforzarnos para conseguir la fama, y no: ahí estaba”.<br />El acuerdo era que Albert y David Maysles estarían con los muchachos en todo momento. Su trabajo puede ser visto en el DVD <em>The Beatles: The first U.S. Visit</em>, y en las tomas de ellos que aparecen en el capítulo tres de la <em>Antología</em>.<br />De viernes a viernes, del 7 al 21 de febrero, la “beatlemanía” se apoderó de Estados Unidos pero a niveles no vistos en Gran Bretaña: el “yeah, yeah” fue elevado a su máxima potencia, multiplicado o quintuplicado.<br />Para los Beatles un rápido descubrimiento fue la radio, donde repetían a todas horas sus canciones. La frecuencia 1010 de AM, con su locutor Murray Kaufman, conocido como Murray el K, fue llamada durante esos días “la estación de los Beatles”. En la limosina Cadillac, en el camino hacia Manhattan, Paul llevó el receptor portátil en la mano como su juguete nuevo e incluso fingía conversar con las voces de los comerciales: “¿Buscas un cigarrillo que te satisfaga?” “Sí, lo busco.” “¿Uno que te proporcione el placer que buscas al fumar?” “Eso es.” “Hay un cigarrillo que te ofrece lo que buscas: Kent, con su filtro micronite...” Lo que daba pie a otra melodía beatle.<br />El audífono era una novedad: George se lo colocaba en el oído izquierdo y sentía como si usara un aparato para mejorar la capacidad auditiva. Decía, sonriendo: “Estoy sordo”.<br />Al entrar a la ciudad, las chicas histéricas se abalanzaron sobre los dos coches y embarraron sus rostros en los cristales. La policía montada tuvo que intervenir para despejar las calles. El hotel Plaza era una fortaleza. Afuera las chicas esperaban ver, por lo menos, a uno de ellos y gritaban histéricas: “¡Queremos a los Beatles, queremos a los Beatles!” Hubo algunas que lograron andar por los pasillos antes de que las descubrieran y las expulsaran. Algún adolescente se presentó en la recepción como amigo de los Beatles, lo que nadie le creyó. En sus habitaciones ellos atendían por televisión la noticia de su llegada en “The Hunkey Brinkley Report”, o presentaban por teléfono canciones de su gusto para Murray el K: “Soy Paul McCartney en WINS 1010, y esto es ‘Pride and Joy’, de Marvin Gaye”.<br />Las estaciones de esas jornadas son conocidas: el sábado 8 tuvieron una sesión de prensa en el Central Park, a la que no pudo asistir George por estar enfermo de la garganta... Luego, fueron a los ensayos para el programa de Ed Sullivan. En los descansos, entre una y otra actividad, Murray el K (autonombrado el “quinto Beatle”) transmitía desde el hotel Plaza y conversaba con ellos.<br />El domingo 9 fue el show de Ed Sullivan, con una audiencia récord de 73 millones de televidentes... La serie de cuatro programas con participaciones de los Beatles (9, 16 y 23 de febrero de 1964; 12 de septiembre de 1965) está disponible en DVD, y quienes se arriesguen a ver con atención esas cuatro horas entenderán la excepcionalidad del cuarteto de Liverpool. En el primero de ellos, por ejemplo, el mago Fred Caps presentó sus trucos de baraja o una tonta rutina con un salero; también estuvo el meloso reparto del musical Oliver; o Frank Gorshin con sus imitaciones de figuras del espectáculo (Brando, Lancaster, Hitchcock, Douglas...); además, la robusta cantante cómica Tessie O’Shea; los comediantes Brill y McCall; y los acróbatas Wells & The Four Fays. Para tolerar todo eso había que tomar dos de esas pastillas de Anacin que tanto se anunciaban. Otros patrocinadores fueron las mezclas de Pillsbury para preparar panecillos, pasteles o hotcakes al instante; la crema Aeroshave para una buena afeitada, y la cera para zapatos Griffin.<br />El momento para la historia fue la presentación de los cuatro, cuando Ed Sullivan con su gesto mortuorio anunció: “Ladies and Gentleman, The Beatles”. Esa noche cantaron “All my loving”, “Till There Was You”, “She Loves You”, “I Saw Her Standing There” y su primer “número uno” estadounidense: “I Want To Hold Your Hand”. Grabaron además otras tres canciones que se transmitirían el día 23.<br /><br />***<br /><br />Como era invierno y el mal tiempo seguía, el martes 11 viajaron en tren a Washington para el concierto en el Coliseum, programado a las 20:30 horas. El escenario era una suerte de cuadrilátero; montaron la batería de Ringo en una base circular. Les pidieron que giraran de canción en canción por las cuatro caras del ring, lo que creó complicaciones (como el que la base del baterista se atorara). Dispusieron de 3 bocinas para 8 mil 600 asistentes, es decir un equipo no adecuado. Circula también ahora un DVD (sin autorización de Apple) con imágenes de esa noche; el disco es de calidad mediana en cuanto a imagen y con una edición deficiente ya que interrumpe el concierto con comentarios que muchas veces no vienen al caso. El menú en el Coliseum fue de sólo ocho canciones, poco más de media hora. En “Roll Over Beethoven” George cambió de micrófono... Hubo más gritos que música, una emotividad desbordada. En una manta se leía: “Los queremos mucho, nunca nos dejen”.<br />Tuvieron en el Carneggie Hall de Manhattan dos actuaciones la tarde del 12 de febrero, sobre las que la bibliografía beatle a la mano no se extiende gran cosa. Luego, el jueves 13, volaron a Miami para el segundo programa de Ed Sullivan, del domingo 16 en el hotel Deauville, en el que la figura coestelar fue la cantante romántica Mitzi Gaynor. El aforo en el auditorio era para 2 mil 600 espectadores pero se vendieron 900 boletos de más, lo que ocasionó una trifulca iniciada por quienes no pudieron entrar.<br />El martes 18 visitaron a Cassius Clay en su gimnasio de entrenamiento. Luego fueron al cine a ver la película Funn in Acapulco, que tenía a Elvis Presley como protagonista.<br />Tomaron el avión de regreso a Londres el viernes 21 de febrero por la noche. A las 8:30 de la mañana del sábado 22 estaban de vuelta. Una manta los recibió: “Bienvenidos a casa, chicos”, y había acaso tantos fanáticos como los que los recibieron en el John F. Kennedy dos semanas atrás, esta vez para celebrar al cuarteto que había conquistado América.<br />A principios de marzo empezarían a filmar, con el director Richard Lester, un largometraje que tenía el título tentativo de <em>Beatlemanía</em>.<br />El año 1964 iba a ser para ellos de largas noches y días difíciles.Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-17603174.post-1128738210247746752005-10-07T19:17:00.000-07:002005-10-07T19:27:05.233-07:00Please Please MeA principios de 1963, cuatro jóvenes músicos de Liverpool peregrinaban por las carreteras de la Gran Bretaña en una vieja furgoneta padeciendo de todo, “peleándose los asientos y congelándose las pelotas”" (Ringo). Eran los teloneros de Helen Shapiro, Roy Orbison, Chris Montez y Tommy Roe, y aspiraban a estar en la parte alta de los carteles.<br />A finales de ese mismo año, los integrantes de ese cuarteto de muchachos surgidos de la clase obrera sumaban cuatro “número uno” en las listas de popularidad, dos discos de larga duración (<em>Please, Please Me</em> y <em>With The Beatles</em>), tenían cada cual su piso en Londres y coche propio, se habían presentado, incluso, en la gala real ante la Reina Madre y eran el centro de un fenómeno que la prensa conoció, desde octubre, como “beatlemanía”, y que tenía como principales síntomas una fiebre juvenil (sobre todo en las chicas) acompañada por accesos de gritos y llanto: un alarido permanente. La enfermedad se extendería, muy pronto, a otros países... e incluso cruzaría el Atlántico.<br />En unos meses, todo cambió para John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Richard Starkey: pasaron rápidamente del anonimato a ser, como luego diría uno de ellos, más populares que Jesucristo.<br />El <em>Daily Mirror</em> describió así el fenómeno: “Tienes que ser un amargado si no amas a los extravagantes, ruidosos y bien parecidos Beatles. Si ellos no barren todas tus tristezas, hermano, eres un caso perdido. Si no te pones a bailar, hermana, no estás viva. Qué refrescante es ver a estos bulliciosos y jóvenes Beatles cuando toman por sus bufandas a los mayores en los conciertos del Royal Variety y los ponen a ‘beatlear’ como adolescentes. Lo cierto es que gente beatle hay por todas partes. Desde Wapping hasta Windsor, niños desde siete años hasta ancianos de 70. Es grato ver cómo estos chicos de Liverpool nos han cambiado tanto. Son jóvenes y novedosos. Tienen un gran espíritu y están llenos de alegría. ¡Qué cambio hemos tenido!” Y marcaba un antes y un ahora: “Atrás han quedado los quejumbrosos, llenos de autocompasión, llorando con sus cantos de amor que salían de los torturados rincones de sus tibios corazones. Los Beatles son absurdos. Usan el cabello como un trapeador, pero se lo lavan muy bien. Así es su forma de actuar, fresca y joven. No tienen que apoyarse en chistes desteñidos frente a sus competidores. Jóvenes como ellos le están dando un vuelco al mundo del espectáculo y a todo lo nuestro con sus nuevos sonidos y su nueva imagen. ¡Buena suerte, Beatles!”<br />La beatlemanía estaba ahí. Yeah, yeah, yeah...<br /><br />***<br /><br />Una de esas noches de 1963, los Beatles tocaban en La Caverna de Liverpool. El encargado del lugar, Bob Wooler, subió al escenario y pidió silencio. Llevaba un telegrama en la diestra. Tomó uno de los micrófonos. “Tengo noticias. 'Please, Please Me' ha llegado al número uno en las listas nacionales”.<br />Se pensó que era una broma. Luego hubo aplausos y gritos. Las chicas lloraron. Sabían que los Beatles se harían famosos y se irían. Ya no les pertenecerían, nunca más.<br /><br />***<br /><br />Las voces de los protagonistas están aquí y allá, en los documentales y en los libros, en los discos de entrevistas y en los diarios. Todavía.<br />Cuenta Paul: “No triunfamos de golpe. Empezamos en los pubs; después pasamos a los concursos de talentos y a los clubes de obreros. Tocamos en los clubes de Hamburgo y después empezamos a actuar en ayuntamientos y centros nocturnos, y luego en salas de baile”.<br />Con los cuatro viajaban Neil Aspinall como manager de ruta y Mal Evans como chofer y ayudante. Iban, todos, en una furgoneta, puebleando. Por la agencia de Arthur Howes, andaban de gira con actuaciones en los Gaumont y Odéon y otros cines del país. La lista de ciudades recorridas es larga: Wakefield, Carlisle, Peterborough, Mansfield, Conventry, Taunton, Gloucester, Romford, Exeter, Lewisham, Croydon, Shefield...<br />El ascenso en las listas implicó ciertas incomodidades en los conciertos. De pronto ocurrió que se esperaba que los teloneros fueran el plato fuerte de la función. En marzo, acompañando a Tommy Roe y Chris Montez, el promotor propuso que los Beatles cerraran la primera mitad del concierto...<br />Narra George: “Lo sentí bastante por Chris Montez, ese pobre mexicano bajito. Cantó una lenta sentado en una silla, una melodía española, y lo abuchearon. (...) La beatlemanía empezaba a hacer estragos”.<br /><br />***<br /><br />La mudanza a Londres fue obligada. Era la plataforma para dominar al Imperio Británico e irse a hacer la América.<br />Una tarde en Charing Cross Road, John y Paul se encontraron con Mick Jagger y los otros muchachos de Rolling Stones, que iban al estudio de grabación.<br />—¿Tienen alguna rola que podamos tocar? —preguntaron los de las piedras rodantes.<br />—Pues... sí, una: "I Wanna Be Your Man".<br />Los acompañaron al estudio y tocaron una parte de la pieza.<br />—Sí —dijo Jagger—, es nuestro estilo. ¿Va?<br />Sólo que la canción no estaba terminada. Paul y John se fueron a una esquina para acabarla.<br />—Dios, ¿has visto eso? ¡Se han ido al rincón, la han escrito y han vuelto!<br /><br />***<br /><br />George ha dicho que los Beatles fueron un pretexto para que en los años 60 la gente se volviera loca.<br />En esa época circulaba este argumento científico: “Esta es una forma de liberar las restricciones de la juventud para dejarse ir mentalmente. El hecho de que decenas de miles de individuos vibren al mismo tiempo hace que las jóvenes sientan que están viviendo a plenitud con gente de su misma edad. Esta actitud emocional es muy necesaria a su edad. También es inocente e inofensiva, como una válvula de escape. Con ello las jóvenes se preparan inconscientemente para la maternidad. Sus gritos frenéticos son un ensayo que las entrena para ese momento”.<br />Así, entonces, a partir de 1963 los Beatles ayudaron a las chicas a ejercitarse en el arte de parir.<br /><br />***<br /><br />Pero hay otra explicación...<br />A principios de los años sesenta estalló en Inglaterra el "escándalo Profumo", que laceró a los conservadores y abrió, para los sociólogos, el camino a una década de grandes cambios, y es una de las probables explicaciones del surgimiento de la beatlemanía: la desconfianza hacia la política hizo que la sociedad atendiera a figuras menos decepcionantes (como esos cuatro jóvenes músicos de Liverpool, hijos de la clase trabajadora), y terminara por mirarse a sí misma.<br />Hay que situarse en marzo de 1963, cuando el ministro de guerra británico John Dennis Profumo se presenta en la Cámara de los Comunes para desmentir su relación extramarital con la call-girl de 21 años de edad Christine Keeler. “No hubo ningún indecoro, en absoluto”, aseguraba Profumo. “Y no vacilaré en presentar demandas judiciales por difamación y calumnias si se repiten o efectúan afirmaciones escandalosas fuera de la Cámara.” Tres meses más tarde debió reconocer que mentía, y renuncia como ministro y miembro del parlamento. También lo hará, aunque en octubre, Harold McMillan, flamante primer ministro. Y un tercer personaje involucrado, el médico Stephen Ward, que fue quien introdujo a Christine en los altos círculos del Partido Conservador, se suicida.<br />Mas aquí no acaba la lista de Christine, que incluye a un miembro de la inteligencia soviética: Eugene Ivanov. La dama era, pues, el punto donde se unían tres figurantes: el osteópata Ward, el ministro Profumo y el espía que surgió de una Guerra Fría entonces muy candente. Con lo que el escándalo se volvió asunto de Estado e implicó una gran conmoción en las islas británicas, ¿qué secretos habrían corrido de cama en cama? Y como remedio contra la incertidumbre se buscaron nuevos azideros. Uno de ellos fue la beatlemanía, que para noviembre de ese 1963 era ya un fenómeno nacional que desconcertaba incluso a Brian Epstein, mánager del grupo.<br />Es curioso pensar que la llegada de los Beatles a los Estados Unidos, en febrero de 1964, también significó una cura: la del luto extremo vivido en ese país tras el asesinato de John F. Kennedy. Y quizá se podrían hallar otros ecos sociales si se observara detenidamente el resto del itinerario de los liverpoolianos en sus giras por el mundo de 1964 y 1965.<br />En su libro <em>Goodbye Baby & Amen: a Saraband for the Sixties</em> (1969), el periodista Peter Evans sugiere que el luego bautizado como Swinging London (el alocado Londres) tuvo su arranque exacto a las 11 de la mañana del 22 de marzo de 1963, cuando Profumo se presentó en la Cámara de los Comunes para aclarar sus tratos con Christine Keeler, que es justo el día en que salió a la venta en Inglaterra <em>Please Please Me</em>, el primer álbum de los Beatles.<br />Por sus méritos seductores que inauguraron una época, a Christine Keeler se le ve fugazmente en el video musical de "Free as a Bird", lanzado en 1995 junto con la <em>Antología</em>, melodía que representó el reencuentro virtual del cuarteto al retomar Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr un "demo" de John Lennon. Cuando ha corrido 1 minuto con 48 segundos de ese video que concentra la historia de los Beatles, surge Christine Keeler caminando por Penny Lane junto con Mandy Rice-Davis, su compañera de fiestas y cómplice en los amoríos.Una cosa parecería no tener que ver con la otra, pero ocurrió: al seducir o desnudar (literalmente) a importantes figuras del Partido Conservador, Christine Keeler contribuyó a que surgiera el fenómeno beatle. El canto común es acaso este: “Por favor, compláceme”.Alejandro Toledohttp://www.blogger.com/profile/06147563274240311881noreply@blogger.com0