Monday, October 17, 2005

¡Qué se han creído estos macarras!

Una de las dificultades de Rebelarse vende: el negocio de la contracultura (Taurus, 2005), de los canadienses antialternativos Joseph Heath y Andrew Potter, es ajena a los autores y corresponde a la edición mexicana, que obliga al lector a ir una y otra vez al diccionario para poder entender términos de uso común en España, de donde es la traducción original... por desgracia no revisada para que circulara en territorios hispanohablantes distintos, lo que debe ser tomado como una descortesía. ¿Qué será eso de que el gobierno te mande a la “pasma” a casa a “levantarte el alijo”? ¿Qué es llamarle “bofia” a la policía? ¿Cómo es un entorno irremediablemente “hortera”? ¿Quién se reconoce como “estrecho” o “pringado” o “pijo”? ¿Quiénes son los deportistas “cachas”? O, por último, ¿qué es “macarra”?
Según la Real Academia, se califica como macarra a una persona agresiva, achulada; vulgar y de mal gusto; o, de plano, a un rufián. En el libro, uno de los autores refiere su traumática experiencia dentro de la cultura punk, y describe lo que ocurría cuando salía a la calle con su disfraz rebelde: “Las señoras mayores me miraban mal por la calle, los macarras me gritaban burradas al pasar en coche, los vigilantes de seguridad me seguían sin ningún disimulo por todo el supermercado y los testigos de Jehová se empeñaban en darme un ejemplar de su revista”.
Por estas reacciones, el personaje tenía la impresión de estar haciendo algo de veras radical, “de estar poniendo a prueba a la gente, abriéndoles la mente, sacando a las masas de su letargo conformista”; él (no se define en el texto a cuál de los dos investigadores le ocurrió esto) era “el filo de la navaja, el comienzo de una gran revolución, la señal más obvia del inminente derrumbe de la civilización occidental”.
Pronto se daría cuenta de que las cosas no eran de ese modo, vendría el desencanto y se volvería una persona común. Presumió a una amiga de su madre, de pasado hippie, cómo el mundo se alteraba a su paso, y ella le dijo: “Te entiendo muy bien. Cuando yo tenía tu edad me pasaba exactamente lo mismo. La gente nos llamaba ‘hippies asquerosos’, nos echaban del autobús y se negaban a atendernos en los restaurantes. Y ahora, les trae sin cuidado”. En el inocente neo-punk, estas palabras fueron toda una revelación: en ese momento entendió que pronto nada provocaría su vestimenta extravagante, que sería considerado como uno más en el paisaje, un consumidor “raro” pero al fin consumidor... Y se preguntó, con pesadumbre: ¿qué sentido tenía entonces haberse vuelto punk si no lo señalaban los demás? Y se transformó así en algo no tan espectacular pero sí menos estresante, se ubicó en el tranquilizador “término medio”: un adulto equilibrado que respeta las normas beneficiosas para la comunidad y se opone concienzudamente a las que considera injustas.
Tal es el objetivo central de Rebelarse vende: convertir al rebelde en conforme, reconciliarlo con la sociedad y educarlo en el respeto por lo establecido. Hacerle ver que “el desorden es mucho más peligroso para nuestra sociedad que el orden”, y que “habría que dejar de preocuparse por el fascismo” porque a “nuestra sociedad le haría falta tener más normas, no menos” (subrayados de los autores). Ahí está el caso, para no ir muy lejos, de uno de los dos canadienses que firman el libro, que fue punk y pronto se volvió un efectivo, pues no brillante, pensador de derechas, un severo crítico de la contracultura, alguien que prefiere las soluciones sencillas para los problemas sociales concretos, y no los cambios “profundos” o “radicales” que, considera, jamás se podrían aplicar con eficacia.
Nada de lo “alternativo” tiene la aprobación de este par de investigadores canadienses, ¿para qué acudir a ello si hacerlo implica un rechazo de lo institucional que tan bien funciona cuando no se le combate? Entre un médico alópata y un homeópata, preferirán siempre al primero puesto que el “tratamiento alopático se impuso por su éxito espectacular en la prevención y curación de enfermedades”, y lo homeopático queda como un resabio de los tiempos antiguos, de cuando se sabía poco sobre el funcionamiento del cuerpo humano, y preferirlo es rechazar el progreso... aunque aceptan, a regañadientes: “Sin embargo, es cierto que algunas enfermedades quizá se curen con remedios homeopáticos tradicionales”.
La mera exposición de las “ideas” que mueven esta obra lleva a la caricatura, puesto que su método es simple: identificar aquello que tienda a la izquierda, simplificarlo en su descripción y enseguida descalificarlo. Además, su lista de peligrosos “rebeldes contraculturales” llamará a la risa: Oliver Stone y J. R. R. Tolkien, los hermanos Wachowski y Alanis Morissete, Herbert Marcuse y Kurt Cobain, Iván Ilich y Roger Waters, el capitán Kirk de Star Trek y Michel Foucault, Norman Mailer y Michael Moore, Spike Lee y Naomi Klein, Theodore Roszak y el personaje Lester Burnham de Belleza americana, entre otros. Les faltó incluir, quizá, a Julie Andrews, por La novicia rebelde, aunque el título en inglés (The Sound of the Music) no es tan alternativo como el que tuvo en México la película de Robert Wise.
Se dirá, al fin, en el español madrileño en que fue traducido Rebelarse vende: “¡Anda, que se han creído estos macarras! ¡Cómo es que estos tíos se han visto tan estrechos!”

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