Saturday, December 09, 2006

La misa Lennon

Poco le falta Manuel Guerrero, el más frecuente orador en los conciertos de tributo a los Beatles (y una de las voces del programa radiofónico diario), cerrar sus intervenciones, que son puentes entre canción y canción, con un “amén” religioso, cuando fija él las fechas de conmemoración (que siempre hay, pues todo es cronologías) o cita una célebre frase de alguno de los miembros del Cuarteto de Liverpool. Los espacios comunes de gusto e interés por una música y una época, zona de aprecio y reflexión, se pierden en las solemnidades y los corsets casi municipales que impone este gurú surgido no de la clase obrera sino del “premio de los 64 mil pesos”, repetidor de datos y anécdotas con los que por desgracia no puede armar, con las armas de la razón, un discurso lógico-expositivo, pero que certifica semana a semana, cual empleado de Apple, a quienes interpretan en México la música de los escarabajos, con piezas líricas que intentan afianzar su templo Beatle.
En ese carril de muy baja velocidad arrancó la ceremonia conmemorativa por los 26 años de la desaparición física (asesinato vil) de John Lennon en el Metropólitan, con una novedad en el programa: la primera visita a México de Tony Sheridan, con quien los Bealtes trabajaron como grupo de acompañamiento (como The Beat Brothers) grabando para un sencillo “My Bonnie” y “The Saints” con Polydor Records en Hamburgo, esto en abril de 1961, hace más de cuatro décadas.
—Miren, muchachos —instruía una madre de temperamento joven a sus hijos en un vagón del metro a la medianoche, a la salida del concierto—, les voy a explicar por qué es importante Tony Sheridan: de no haber sido por él los Beatles no hubieran surgido, porque unas chicas quinceañeras, como tú —señaló a la hija—, fueron en Liverpool a la tienda de muebles y discos de Brian Epstein, que era como un Mixup pero de la época, y le pidieron “My Bonnie” y le hablaron de los Beatles, que tocaban en la Caverna, y él consiguió los discos alemanes que se vendieron muy bien y los fue a ver a ese club de la Caverna y ahí comenzó todo porque les propuso representarlos. Por eso, muchachos, es importante Tony Sheridan.
Mejor explicación, imposible, como diría Jack Nicholson.
Antes de este cerrojo maternal, hacia las 20 horas, los alrededores del teatro lucían su perfil previo a un espectáculo, con filas no muy largas y vendedores de recuerdos tan piratas como los que se vendieron adentro, porque en este caso todo es de manufactura mexicana y sin los permisos correspondientes: hay una gran fábrica de productos de los Cuatro Fabulosos que debe ser rentable, e incluye playeras, chamarras, sudaderas, bufandas, encendedores, baberitos para bebé, ceniceros, tazas…
El lugar no se colmó, porque se cobró a precio de artistas originales, aunque iniciaran Morsa y la orquesta Liverpool Ensamble y a Tony Sheridan, que fuera de su coincidencia Beatle no logró hacer nada más, se le dejara como plato fuerte. Tampoco habría podido repetir Manuel Guerrero aquello que dijo Lennon en la Gala Real, de que los de los asientos altos aplaudieran y los de los asientos bajos sacudieran sus joyas porque Fox dejó a unos y otros en la misma crisis, pero siempre arriba hay mayores entusiasmos.
Agradézcase la puntualidad inglesa y rechácesense los ajustes sonoros: o faltó ingeniero de sonido o el que ejercía como tal era sordo de los dos oídos. Con estruendo, Morsa y el Liverpool Ensamble hicieron un recorrido por el repertorio Lennon, desde “Please Please Me” hasta “(Just Like) Starting Over” que pudo haber estado mejor si se hubieran atendido los decibeles, porque los intérpretes actuaron con decoro y se arriesgaron, incluso, con canciones como “A Day in the Life” que los Bealtes sólo tocaron en el estudio. El objetivo de esos grupos, ya se sabe, es hacer que las canciones originales suenen de modo similar al del disco. No más. Y estos fueron muy cumplidores.
Entre una cosa y la otra, un camarógrafo andaba rondando por las butacas y cada que veía a alguien entusiasmado, se acercaba a él y le encendía tremendo lamparazo, golpe seco del que pocos salieron bien librados.
Al tributo ritual, que se cumple en México semana a semana, siguió Tony Sheridan, que andaba en su orbe post-sesentero, con Beatles o sin ellos, de buen humor, y que recorrió de una manera desenfadada, sin misal ni rosario, algunas piezas emblemáticas de los años sesenta de Johnny Cash, Jerry Lee Lewis o Carole King, incluidas “Yesterday”, sin ortodoxias, “My Bonnie” y “Ya ya”.
Estuvo Tony Sheridan en el escenario (con jeans, playera blanca y chaleco negro) más de una hora y media, se divirtió con sus variaciones a temas clásicos, y cerró con “La bamba”, porque le pareció una manera de terminar muy mexicana. Los del Manhattan Show que lo acompañaron (pues él viajó sólo, y cobró algo así como 80 mil pesos por su actuación), dieron la sorpresa como excelentes ejecutantes.
La misa Lennon se desmelenó, pues, con los fluidos musicales de Tony Sheridan. Amén.